Una vez más, parece que la economía manda y los desacuerdos políticos siempre pueden quedar a un lado. Estados Unidos y China han estado cruzándose con declaraciones durísimas sobre el coronvarus en los últimos días, en especial de parte del gobierno de Trump, que llegó a acusar al gobierno de Xi Jinping de haber encubierto la creación del virus en un laboratorio de Wuhan. Funcionarios estadounidenses hasta llegaron a sugerir la posibilidad de imponer sanciones económicas.
Sin embargo, el pragmatismo desacreditó a Trump a menos de una semana de haber hecho esas acusaciones. El viernes último, funcionarios de ambos gobiernos confirmaron que procederán a implementar el acuerdo comercial que habían sellado en enero, y que había dado una tregua a la guerra comercial entre ambos países. Por parte de China, el viceprimer ministro, Liu He, y por el de Estados Unidos, el representante comercial, Robert Lighthizer, y secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, confirmaron que buscarán «fortalecer la cooperación macroeconómica y en salud pública».
Las economías de China y Estados Unidos son mutuamente dependientes, pero en tiempos en los que China ya es la primera economía del mundo, queda claro que para Trump la retórica y la economía van por caminos distintos.