Por Zoom Internacional / @ZoomInter.
Las elecciones de Estados Unidos serán recordadas como pocas a lo largo de la historia. Varias circunstancias y situaciones han hecho que la contienda electoral en la gran potencia mundial sea inolvidable. En primer lugar, toda la campaña y la propia elección se dieron en el marco de una pandemia que se cobró la vida de más de 250.000 personas en el país. En segundo lugar, esto no impidió que hubiera récord de participación: los dos candidatos más importantes obtuvieron poco menos de 150 millones de votos, la mayor cantidad en la historia del país. En tercer lugar, el golpe que la pandemia le dio a la economía agregó un ingrediente muy especial. Por último, la violencia de las fuerzas de seguridad sobre personas de origen afro, rebrote de un problema histórico de la sociedad estadounidense, tomó la agenda electoral.
Sin embargo, la particularidad más recordada será que, por primera vez, el derrotado y presidente en ejercicio no reconoció al vencedor. Donald Trump asegura que él es el ganador, cuando los números asignan un triunfo claro para el presidente electo, Joe Biden. Por el contrario, lejos de aceptar el resultado, Trump continúa presentando demandas judiciales en distintos estados sobre presuntas irregularidades en el conteo de votos, especialmente en la consideración de los votos emitidos por correo. No obstante, la justicia viene siendo esquiva para el presidente, y sus demandas están obteniendo más reveses que éxitos. Por si quedaran dudas, los máximos referentes de su partido, el republicano, no fueron muy enérgicos en la defensa del presidente, y los principales líderes del mundo poco tardaron en enviar sus felicitaciones a Joe Biden como nuevo presidente electo, desconociendo completamente las denuncias de Trump. La pregunta que surge, entonces, es qué lleva a Donald Trump a adoptar esta postura intransigente y tan contraria a la historia democrática de Estados Unidos.
Por supuesto, vale decir que el reclamo del presidente Trump se da en un contexto que le ofrece algo de margen. Biden ganó cuatro estados por menos de un punto porcentual, es decir, por unos pocos miles de votos. Peor aún, muchos de esos estados fueron liderados por Trump desde la noche del martes 3, día de la elección, por varias horas (en algunos casos como Pensilvania por centenares de miles de votos), diferencia que luego fue revertida por una abrumadora cantidad de votos emitidos por correo que, en su amplia mayoría, favorecieron a Joe Biden.
Volviendo a la pregunta, una primera respuesta podría ser la necesidad de responder a su base electoral. Si hay algo que nadie puede negar es que Trump generó un sentimiento de pertenencia muy fuerte con sus adherentes, situación que se originó en 2016, en la previa de la elección que lo consagró, pero que logró solidificar en sus cuatro años de gobierno. Muchos olvidaron el manejo que Trump hizo de la pandemia, no cuestionaron (y hasta apoyaron) las posturas del presidente con respecto a la cuestión racial y valoraron enormemente el andar exitoso de la economía local, aún a pesar del golpe que le propinó la pandemia. Esas personas no solo están convencidas de la denuncia de fraude y robo hecha por Trump, sino que muchas de ellas hasta salieron a las calles para defenderlo.
Una segunda propuesta de respuesta puede ser que para Trump no hay futuro político sin denuncia de robo en esta elección. Una pregunta anterior podría ser si Trump tiene interés y margen para mantenerse en el tapete político, pero asumiendo que sí los tiene, su estilo necesita de la confrontación. Así llegó a presidente, y cuesta pensar en un Trump que no apele al conflicto para volver a posicionarse. Sea él, su hija Ivanka u otra persona quien tome el liderazgo de esta gran proporción de la población pro Trump, el “trumpismo” ya tiene la línea principal de cualquier futura campaña: la elección de 2020 fue robada por los demócratas y las corporaciones mediáticas afines en perjuicio de la democracia estadounidense. La realidad al menos ofrece cierto plafón a sus intenciones futuras: a pesar de su derrota, la candidatura de Trump logró que el partido Republicano sume legisladores en la Cámara de Representantes y mantenga la mayoría en el Senado.
Una tercera respuesta, que tiene que ver con las dos anteriores, es la propia personalidad del presidente. Es innegable que Donald Trump se transformó en un personaje completamente disruptivo, que la política local no vio venir ni logró controlar, pero que tiene un gran porcentaje de adherentes que reclaman algo que él logró darles. Egocéntrico como pocos presidentes en la historia de Estados Unidos, gobernó con formas completamente inusuales para la política local e internacional. Eligió a Twitter como su medio de comunicación habitual. Fue despectivo con propios y ajenos. Su protagonismo en la escena política, para bien o para mal, ha sido incuestionable. Se reconoció como muy competitivo, y en su vida como empresario no son muchas las veces que le tocó perder. Considerando estos puntos, no debería sorprender a nadie que Trump se niegue a reconocer el resultado de una elección que lo deja como derrotado y lo corre completamente del centro de la escena.
La respuesta a la pregunta planteada solo la tiene Donald Trump. Pero seguramente alguna de las aquí ofrecidas, y probablemente una combinación de ellas, pueda ayudarnos a entender mejor una reacción que aún mantiene absorto al mundo entero.