El enfrentamiento entre China y Estados Unidos por el liderazgo mundial acompañará la agenda internacional de las próximas décadas, sin dudas. Estados Unidos, vencedor de la Guerra Fría con la otra superpotencia de la época, la Unión Soviética, se instaló como polo indiscutible del mundo al finalizar los años ochenta y dominó la esfera internacional.
El 11 de septiembre de 2001, con aquellos atroces atentados en propio territorio estadounidense, pudo haber sido un punto de inflexión para aquella hegemonía indiscutida ejercida con absoluta autoridad durante poco más de 10 años. Desde entonces, Estados Unidos pasó de ser la máxima e indiscutible potencia económica y militar mundial, a decaer en su liderazgo. La gran potencia se mostraba vulnerable y se abría, quizá, una nueva era, con un liderazgo estadounidense progresivamente discutido. Mientras tanto, silenciosamente, y con Estados Unidos abocado a combatir el terrorismo islámico y a terminar con dictadores asiáticos y africanos, el poderío chino avanzó a niveles impensados y muestra hoy al régimen de Xi Jinping como la gran contracara del poder estadounidense, en particular a nivel económico.
Los ámbitos de disputa son variados. La influencia en los países de la región, el desarrollo de armamento (incluido el nuclear), los derechos humanos, la tecnología 5G, el desarrollo espacial, los derechos laborales, la economía del conocimiento, la vacuna contra el COVID y el origen de la pandemia, el estatus legal de Hong Kong y Taiwán, el medio ambiente y los compromisos para detener el cambio climático, la libertad de prensa. Solo por mencionar algunos. Los puntos de desencuentros se dan prácticamente en todos los ámbitos. Las consecuencias son difícil de predecir, pero una ya es una realidad: el rechazo entre ambos países dejó de ser solo a nivel dirigentes políticos, y ya penetró en la sociedad.
El enfrentamiento actual presenta varias diferencias respecto de la época de la Guerra Fría. Principalmente, que ambos países se encuentran muy interconectados financiera y productivamente. El comercio entre China y Estados Unidos totalizó $615 mil millones de dólares en 2020 mientras que la inversión extranjera directa bidireccional ese año fue de $162 mil millones. Este es un elemento clave, que puede oficiar como equilibrio ante tanta oposición. Ni a ellos ni al mundo le serviría un enfrentamiento bélico que quiebre el sistema económico mundial. Sin embargo, la Nueva ruta de la Seda de China, un ambicioso plan de infraestructura del gobierno para expandir de manera exponencial su influencia en el mundo, intentará romper con dicho equilibrio sin disparar una sola arma.
La hegemonía internacional está claramente en disputa. China, potencia en pleno auge, con su sistema político autoritario y su economía de mercado avasallante, llevaría las de ganar. Estados Unidos, cuyo liderazgo ya estaba en descenso independientemente de China, además, debe enfrentar problemas políticos internos y resolver cómo detiene el proceso inflacionario con pocos precedentes que lo afecta hoy. Lo que queda claro es que ninguna de las partes saldría beneficiada de un enfrentamiento mayor, aunque resulte victoriosa.