Por Zoom Internacional / @ZoomInter
Los tres años de Boris Johnson al frente del gobierno de Reino Unido no pasaron desapercibidos. Johnson llegó al gobierno empoderado por su gestión pro Brexit durante el gobierno de su antecesora, Theresa May. Paradójicamente, el mismo proceso que lo catapultó al poder, terminó contribuyendo a su despedida.
A poco de asumir, en marzo de 2020, Johnson, como todos los mandamás del mundo, se encontró ante un desafío impensado: gestionar un país ante una pandemia de características desconocidas para la historia moderna. Y, como la mayoría de los líderes mundiales, su gestión de la crisis sanitaria dejó más sombras que luces. Johnson, como otros líderes conservadores, en un primer momento trató de minimizar la pandemia y tardó en imponer el confinamiento masivo de la población. Para cuando esto sucedió, el virus ya estaba esparcido, y los resultados no tardaron en manifestarse. Hoy, a dos años, más de 22 millones de personas se contagiaron y casi 180.000 fallecieron. A Johnson se le asignan deficiencias en la implementación de una política de testeo masivo y problemas en la distribución de insumos médicos. En el medio, él mismo estuvo internado en terapia intensiva por su cuadro de COVID-19. La única buena que se le reconoce a Johnson en su gestión de la pandemia, no menor, es su apuesta por la vacuna de Oxford-Astra Zeneca.
Hasta aquí, repasamos brevemente la gestión de la pandemia por parte de Johnson. Pero hay otro capítulo relacionado con la pandemia, que generó igual o mayor daño a su figura: el famoso “partygate”. A mediados de 2021 empezaron a conocerse imágenes de funcionarios del gobierno de Johnson participando de fiestas un año antes, en momentos de restricciones totales y aislamiento generalizado. Johnson negó su participación en las fiestas, aprovechando que no había fotos que lo mostraran a él. Sin embargo, su negación fue efímera, porque poco tiempo después aparecieron imágenes que lo mostraban, copa de vino en mano, disfrutando de un encuentro en los jardines de la residencia de Downing Street 10. El daño a su imagen fue devastador. Primero, por haber infringido las normas que él mismo había dispuesto, en momentos en los que en Reino Unido fallecían cerca de 500 personas por día. Después, por negar su participación y mentir a toda la población. Sin embargo, esto no se tradujo en el final de su gobierno. Johnson logró superar una moción de censura en el Parlamento, impulsada por su propio partido. El gobierno estaba a salvo, pero la cuenta regresiva había comenzado.
La pandemia y el Brexit generaron el caldo de cultivo para lo que vendría. No tan inesperado como la pandemia, de pronto asomó en la escena internacional una guerra en pleno territorio europeo. Putin decidió invadir Ucrania y las consecuencias sobre Europa no se hicieron esperar. En particular, para Reino Unido, como para varios otros países centrales del continente, la falta de combustible (en gran parte provisto desde Rusia) disparó un aumento de precios que, para la débil posición de Johnson, terminó de desgastar su figura. Reino Unido se enfrenta hoy a una inflación estimada de casi 10%, como Estados Unidos. Demasiado, para la delicada situación económica británica post Brexit. El divorcio de la Unión Europea empezó a mostrar sus consecuencias negativas para Reino Unido. Quizá, una de las principales, es que muchos trabajadores del continente que se desempeñaban en Reino Unido ya no tengan libre acceso para trabajar en la isla. El gobierno británico, con Johnson a la cabeza, pensó que la separación de la UE haría que todos los puestos de trabajo que ya no podrían tomar los extranjeros, fueran tomados por los británicos. Un error de cálculo asombroso. El pueblo británico lejos estuvo de salir a tomar esos puestos, por falta de formación, pero sobre todo por la poca disposición a trabajar por salarios considerados insuficiente. Empezaron a escasear los camioneros, los mozos y muchos otros roles centrales para la economía de consumo de la nación. La consecuencia, desabastecimiento en la cadena de suministro, y servicios centrales ofrecidos con serias deficiencias. Las largas colas de camiones, o las imágenes del aeropuerto de Heatrow sin personal para gestionar las valijas de los pasajeros, son imágenes elocuentes de las consecuencias del Brexit sobre Reino Unido. Los británicos sintieron en carne propia las consecuencias de la separación de Europa.
La frutilla del postre para Johnson fue el reciente escándalo sexual de Chris Pincher, quien por este motivo debió renunciar a su posición de subjefe de la bancada del Partido Conservador. En primera instancia, Johnson negó conocer antecedentes similares sobre Pincher. Poco tiempo después, el Primer Ministro debió aceptar que estaba al tanto de denuncias anteriores. Insólitamente, Johnson había caído en la misma dinámica que con el “partygate”, mentir y luego desdecirse. El resultado, fue letal: más de 50 funcionarios, entre legisladores y ministros, dimitieron y dejaron a Johnson sin poder. La suerte, esta vez, sí estaba echada.
Los días de Johnson al frente del gobierno no terminaron. Estará en el gobierno hasta que el partido Conservador elija a un nuevo líder. Pero sin dudas será recordado como pocos de los últimos líderes británicos, por los difíciles procesos que le tocó encarar, pero mucho más por por sus escándalos y excentricidades.