Por Damián Szvalb / @DamianSz.
Las violaciones a los derechos humanos denunciados por organismos internacionales, la represión a las protestas de la oposición que causaron en 2017 más de 100 muertos, haberle sacado todas las competencias a la Asamblea Nacional (el parlamento), manipular y amañar el sistema y calendario electoral y que no haya habido monitoreo internacional en las últimas elecciones, demuestran que es imposible sostener que Venezuela sea una democracia. La discusión que surge entonces es qué debe pasar para que salir de esta grave crisis política, económica y social.
Como parece imposible que la solución pueda venir desde adentro, ya que gobierno y oposición se deslegitiman mutuamente, a principios de este año se produjo una fuerte ofensiva política-diplomática para sacar a Maduro del poder. Primero, los países del Grupo de Lima (entre ellos Brasil y Argentina) anunciaron que no reconocían a Maduro como presidente pocos días antes de que éste asumiera su segundo mandato, debido a que las elecciones presidenciales de mayo del año pasado en las que Maduro fue reelegido como presidente para el período 2019-2025 fueron declaradas como fraudulentas por la oposición y parte de la comunidad internacional.
Luego, el 23 de enero, Juan Guaido, el líder de la Asamblea Nacional, se autoproclamó presidente interino del país y, aunque su proclamación no era constitucional, automáticamente fue reconocido por varios países del mundo, entre ellos Estados Unidos, el Grupo de Lima, la OEA y los miembros de la Unión Europea. A esta presión política y diplomática se agregaron fuertes sanciones económicas a los integrantes del régimen de Maduro.
Hasta ahora, lo que explicaba que Maduro se mantuviera en el poder eran dos elementos. El principal era su sociedad política y sobre todo económica con las fuerzas armadas. Con ellas conforma una capa-burocrática-militar corrupta y autoritaria. Esto le garantizaba monopolizar el uso de la fuerza a su gusto, algo determinante para mantenerse en el poder. La otra es la división de la oposición: las luchas internas entre “duros” y “blandos” no le permitieron estructurar una alternativa de poder real para sacar a Maduro del poder.
Pero a diferencia de las anteriores, sobre todo la de 2017 cuando Venezuela volvió a vivir una ola de fuertes protestas antigubernamentales en las que miles de personas salieron a las calles y se enfrentaron a la fuerza pública, para exigir respeto al voto popular en las legislativas de finales de 2015, en esta última crisis que se desató en los primeros días de enero, estos factores parecen debilitarse: su vínculo con las fuerzas armadas luce agrietado y por primera vez en mucho tiempo la oposición se muestra unida bajo el liderazgo de un joven Juan Guaido, quien muestra decisión y coherencia.
Maduro sabe que las condiciones cambiaron y por eso ahora apuesta a ganar tiempo con la esperanza que las presiones internacionales se aplaquen y que la gente en Venezuela deje de salir a la calle a protestar en medio de una feroz crisis económica. Esto ya sucedió en 2017 cuando las grandes manifestaciones se fueron diluyendo hasta desaparecer. Por eso Maduro se apoya fuertemente en las posiciones que adoptaron los gobiernos de México y Uruguay, que no reconocieron a Guaidó e instan a iniciar un dialogo entre las dos partes en pugna. En el mismo sentido debe leerse su pedido al Papa Francisco para que sea mediador entre él y Guaidó. Como el líder opositor sabe que este pedido de diálogo de Maduro es una farsa solo para ganar tiempo, se acaba de negar a la intervención del Vaticano. Solo lo haría con una condición: que Maduro no sea parte de ninguna solución. Algo que el chavismo no aceptaría jamás.
Repasando: por primera vez desde 2002, el chavismo muestra debilidad. Como ya se dijo, esto es producto del inédito rechazo de la comunidad internacional al gobierno de Maduro que sostiene la presidencia paralela a Guaidó y la movilización en las calle bajo un liderazgo sólido aunque sin poder real. Es mucho pero no parece suficiente para sacar a Maduro del poder.
Por eso, el desenlace de esta crisis que ya lleva un mes sigue abierto. Pero como sucede en la mayoría de los casos, todo dependerá de la actitud que adopten las Fuerzas Armadas. Se especula que la estrategia opositora coordinada con parte de la comunidad internacional, que combinó el nombramiento de Guaidó como presidente interino y el llamado a movilizaciones, incluyó canales de negociación con los altos mandos de las fuerzas armadas. Si esto fue así, todavía no se observaron resultados importantes. El mismo Guaidó habló públicamente de una amnistía para ellos en caso de que se pongan del “lado del pueblo”.
En definitiva, es imprescindible que las FFAA se cansen de Maduro así como los militares egipcios se «cansaron» de Mubarack y lo terminaron sacando del poder después de 30 años. Salvando las distancias, la situación en Venezuela puede ser comparable. Así como están las cosas no parece haber espacio para una salida constitucional a través de una acuerdo entre Maduro y Guaidó y es imposible que Maduro, por sí solo, quiera o pueda revertir esta situación.
Por eso el caso egipcio también puede servirnos para explorar una alternativa posible: que las Fuerzas Armadas descarten a Maduro y sean ellos quienes garanticen la transición hacia una normalización de las instituciones democráticas hoy dominadas por el chavismo (sobre todo el Supremo Tribunal de Justicia y el Tribunal electoral) y convoquen a elecciones anticipadas en las que deberían participar todos los sectores en pugna. La comunidad internacional debería descartar cualquier forma de intervención y solo ocuparse de garantizar elecciones limpias para elegir un nuevo presidente que gobernará bajo el poder de las Fuerzas Armadas. Eso pasó en Egipto y podría pasar en Venezuela.