En el último mes, la retirada de las tropas francesas asignadas a la Operación Barkhane ha dejado un vacío que permitió la reorganización de los grupos yihadistas locales. Además de los reiterados ataques contra el Ejército y los enfrentamientos entre grupos armados, también se ha incrementado la violencia contra los civiles.
Las bases de las fuerzas francesas en Kidel, Tessalit y Tombuctú ya fueron cedidas a Bamako. Se espera que en las próximas semanas la retirada prosiga en las bases de Gossi, Gao y Menaka. El fin de la operación es producto de los desacuerdos entre el Gobierno de Emmanuel Macron y las autoridades malienses. Actualmente, éstas últimas llevan adelante sus operaciones antiterroristas con el apoyo de Rusia.
Ante la reducción de la presencia francesa, la rama maliense del Estado Islámico intensificó su actividad. A mediados de 2021, un ataque aéreo francés acabó con la vida del líder yihadista Abu Walid al Saharaui. En consecuencia, un grupo de dirigentes más jóvenes y violentos ha asumido el control de la milicia. A principios de marzo de este año, el grupo terrorista masacró a decenas de civiles de la etnia tuareg en los pueblos de Tamalat e Insinane. Una semana más tarde, se adjudicaron un ataque contra un puesto militar maliense en Tessit, donde murieron 33 soldados.
En la región del Sahel, Burkina Faso y Níger también sufren las consecuencias de la actividad yihadista. Además del Estado Islámico en la zona opera el Grupo de Apoyo al Silam y los Musulmanes, que responde a Al Qaeda. En el norte de Burkina Faso, hay ciudades bajo el asedio permanente de esta milicia. Al mismo tiempo, en la última quincena de marzo fallecieron 21 civiles y media docena de militares en Níger.