Si bien Trump lo venía anunciando desde su campaña, y prácticamente lo había confirmado en la reunión del G7 de hace una semana en Italia, llegó el anuncio: Estados Unidos se retirará del Acuerdo de Paris consensuado por 195 países a fines de 2015 con el objetivo de controlar la emisión de gases que generan un progresivo deterioro del ecosistema.
La decisión de Trump tiene mucho de efectista. El presidente de Estados Unidos tiene la necesidad de ir cumpliendo cada una de sus promesas de campaña, o al menos las que pueda, sobre todo las que tocan de cerca al pueblo estadounidense. Su firme intención de recuperar la industria nacional y llevarla a niveles de actividad de varias décadas atrás, para muchos inviable, es el gran justificativo de Trump para salirse del Acuerdo de Paris. Según él mismo dijo durante el anuncio, “me votaron para defender a los trabajadores de Pittsburgh, no a los de Paris”.
La condena mundial no tardó en llegar. Líderes de todo el mundo repudiaron la medida tomada por Trump. Merkel, Macron y Paolo Gentiloni, líderes de Alemania, Francia e Italia, emitieron un comunicado conjunto en el que indican que «el Acuerdo de París no se puede volver a negociar, ya que es un instrumento vital para nuestro planeta, nuestras sociedades y nuestras economías», ante la sugerencia de Trump de renegociar la incorporación de Estados Unidos pero en condiciones “más justas”.
Más allá de las consecuencias sobre el cambio climático, esta nueva bomba de Trump vuelve a sacudir el tablero internacional, ya que saca a Estados Unidos de la conducción de una de los pocos procesos con consenso casi absoluto en todo el mundo. Sin embargo, la salida de Estados Unidos no sería tan sencilla, y probablemente en lo inmediato sea utilizada por Trump más como un golpe de efecto que como algo con consecuencias concretas. Para dejar de cumplir el Acuerdo de París, Trump deberá denunciar el convenio luego del 5 de noviembre de 2019. La decisión recién podría hacerse efectiva a fines de 2020, es decir, al finalizar su mandato.