Los ciberataques supuestamente perpetrados por hackers rusos durante la elección presidencial de Estados Unidos sacudieron el tablero internacional. Luego del descargo de Estados Unidos, sanciones incluidas, y de la sugerencia de sus servicios de inteligencia de que Rusia podría intentar repetir el accionar en elecciones europeas durante 2017, las potencias europeas decidieron exponer el tema, probablemente como medida defensiva.
Semanas atrás lo había hecho la canciller alemana, Ángela Merkel. Ahora, Francia. A través de su ministro de Defensa, Jean-Yves Le Drian, notificó a quienes decidan participar de la contienda electoral sobre el peligro que representan «los ataques digitales destinados a hacer política, a influir sobre la opinión pública». Para soportar este aviso, Le Drian afirmó que durante 2016 su cartera fue atacada más de 20.000 veces. Y fue más allá, al afirmar que corren peligro recursos esenciales para la vida de la sociedad, como el agua, la electricidad, la salud y las comunicaciones.
La amenaza rusa es real. Por más que Putin minimice las denuncias, la sospecha (para muchos una realidad) está fuertemente instalada, y Europa se puso en alerta. Una nueva intromisión rusa en cuestiones soberanas de cada estado difícilmente sea tolerada por la comunidad internacional.
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