Por Martín De Nicola.
Desde que asumió como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica en marzo de 2013, el Papa Francisco realizó cuatro viajes a América del Sur, su lugar de origen. Con luces y sombras, su paso por la región que lo vio nacer viene dejando una huella profunda, tanto en quienes con devoción lo veneran como en quienes con indiferencia lo ignoran.
Cronología. La primera de las excursiones lo depositó en Brasil, apenas unos meses después de ser consagrado. La XXVIII Jornada Mundial de la Juventud fue el motivo ideal para su primer cruce del Atlántico como pontífice. La ilusión que generaba el “Papa nuevo” y la frescura de la juventud católica hicieron de ése uno de los mejores viajes al continente. El viaje soñado.
Luego, y tras dos años sin pisar el continente, los países más pobres de América del Sur recibieron con los brazos abiertos a Francisco. Ecuador, Bolivia, y especialmente Paraguay se entregaron con devoción a su figura. Bajo el lema “Tierra, Techo y Trabajo”, Francisco caló hondo en pueblos postergados, que registran abrumadores porcentajes de católicos. En los tres países existe una alta aceptación de la figura del Papa Francisco, con Paraguay presentando números exorbitantes. Fue apostar a ganador.
Hubo que esperar hasta 2017 para volver a verlo por estas latitudes. La gran novedad del año, el acuerdo del gobierno colombiano con las FARC, hizo que Francisco, a modo de rúbrica, visitara el país con un mensaje de paz. Sin embargo, no todo fue color de rosas. Buena parte de la población, que rechazaba y aún rechaza el acuerdo por considerar que minimiza los abusos y atrocidades cometidos por las FARC, vio cómo su líder espiritual validaba aquella situación. Es difícil dejar a todos contentos, incluso para el Papa.
Finalmente, su reciente viaje a Chile y Perú completa la gira de Francisco por el continente. En el caso de Chile, los temas que el Papa había puesto en agenda hacían de este viaje una parada difícil, arriesgada, y hasta valiente: el conflicto con los pueblos originarios y el problema limítrofe con Bolivia, por la salida al mar que el país reclama. Y así fue. Chile, uno de los países más indiferentes hacia su figura y con menor cantidad de católicos sobre el total de la población, fue quizá más esquivo de lo imaginado. Para colmo, el urticante tema de los sacerdotes abusadores no fue manejado de la mejor manera por el pontífice, al punto que en su vuelo de regreso a Roma tuvo que pedir disculpas por alguna declaración poco afortunada realizada en suelo chileno. Conclusión: la población hizo notar su indiferencia con algunos atisbos de rechazo al Papa argentino. Perú, por suerte para Francisco, le dio la foto tan querida: una multitud recibiendo su mensaje y la comunión, en una misa que reunió a un millón de personas en el cierre de la gira. Francisco volvió a Roma con una mueca de frustración, lo de Chile pesó mucho más que lo de Perú.
Sin considerar a las colonias europeas, de los diez países sudamericanos Francisco visitó siete. ¿Qué quedó en el tintero? Por un lado, Uruguay. Por lejos, el país más esquivo a la religión católica: solo poco más del 40% de su población profesa esa fe. Por el otro, la Venezuela de Maduro. Si la cruzada en Chile fue difícil, la de Venezuela sería heroica (aunque necesaria). Es tal el caos que reina en Venezuela que se hace difícil pensar en que pueda pisar el país sin quedar desdibujado, por más que las intenciones del pontífice sean las mejores.
¿Y Argentina? Esa es la gran pregunta en el país y en el continente, especialmente entre quienes siguen de cerca la misión pastoral de Francisco. Sabido es que no comulga con los pilares de gestión del presidente Mauricio Macri, y muy probablemente tampoco con muchas de sus formas. Como si fuera poco, el presidente argentino se muestra más cautivado por el budismo y el psicoanálisis que por las virtudes del catolicismo. Así, Jorge Bergoglio sigue sin pisar Argentina desde el día en que partió a Roma para el cónclave que lo consagraría.
Que Francisco no visite Argentina durante el mandato de Mauricio Macri sería una muy mala señal para el gobierno: los detalles del vínculo entre el ex arzobispo de Buenos Aires y Macri no son de público conocimiento en el mundo y, sin dudas, que el pontífice pise casi todo el continente menos su propio país puede generar cierta incertidumbre sobre el mandatario argentino fronteras afuera. Sin embargo, tampoco está claro que la llegada de Bergoglio a su país sea una situación de fácil manejo para Macri. Bergoglio tiene muy aceitados vínculos con muchos personajes opositores a Macri y posturas muy diferentes sobre cuestiones locales muy sensibles. Tampoco está claro que la visita sea sencilla para el propio Francisco. Su ausencia, y todos los rumores que se tejen alrededor, están fomentando una sensación de desilusión en buena parte de sus compatriotas. En síntesis, es una situación delicada para ambas partes: Macri no puede permitirse que Francisco le marque la agenda, y Francisco tampoco puede permitirse confirmar al mundo que nadie es profeta en su tierra.
Volvamos al continente y señalemos algunos rasgos destacables del itinerario del pontífice. No visitó a los dos países cuyos presidentes son señalados como los impulsores de una nueva ola neoliberal que intenta acabar con el populismo en la región, aun siendo éstos los dos grandes motores de la región: Macri en Argentina y Temer en Brasil (la visita al país fue durante el gobierno de Dilma, y no como visita de estado, sino en el marco de la Jornada de la Juventud). A modo de confirmación, y a pesar de que en dos meses asumirá la presidencia, tampoco se reunió con Sebastián Piñera en Chile (también catalogado como neoliberal), aunque es cierto que el protocolo lo avalaba. La excepción que confirma esta regla fue la visita a Paraguay, donde gobierna Horacio Cartes, otro presidente multimillonario, como Macri o Piñera. Probablemente la extrema sintonía de la población con la figura papal haya permitido dejar esta cuestión de lado. Sí, en cambio, visitó a todos los mandatarios encuadrados inequívocamente en el lado izquierdo del espectro ideológico, con la ya mencionada excepción de Venezuela: Correa en Ecuador, Evo en Bolivia, Bachellet en Chile. Más allá de las propias convicciones políticas de Francisco, son los gobiernos más afines a la ideología que pregona la Iglesia. Kuczynski en Perú y Santos en Colombia, también visitados, aun siendo de centro derecha, son los garantes de que el neoliberalismo de los Fujimori y Uribe, respectivamente, no vuelva a tomar las riendas de sus países.
Claro está que Francisco eligió deliberadamente poner a América Latina al tope de su agenda, y a América del Sur en particular. La región presenta la mayor feligresía católica del mundo, en valores absolutos y como porcentaje de la población. En momentos de absoluta crisis de la Iglesia Católica, suena lógica la idea de fortalecerse en la casa propia para luego ir a terrenos más hostiles. Sin embargo, y aunque a nivel general puede hablarse de un balance ligeramente positivo de sus recorridas por la región, hay cuestiones muy sensibles que ni su carisma ni sus zapatos han logrado caminar con éxito: los abusos cometidos por la Iglesia y la intromisión en cuestiones políticas sensibles, ya sea en el seno de cada país o entre países, que llevan años sin resolución. Allí, presidentes, dirigentes y la sociedad en general dejan de lado la idealización de su figura y lo ven como un ser terrenal. Seguramente por eso todavía no visitó Argentina.