Por Damián Szvalb / @DamianSz.
Donald Trump volvió a cumplir una promesa de campaña. Esta vez la que le hizo a uno de los pocos líderes que lo apoyaron cuando nadie imaginaba que podía transformarse en presidente de Estados Unidos. Con su decisión de reconocer a Jerusalén como capital de Israel y ordenar el traslado de la embajada de su país desde Tel Aviv a la ciudad «santa», Trump sella definitivamente la alianza con Bibi Netanyahu y sepulta las ya mínimas posibilidades que había para que israelíes y palestinos vuelvan una mesa de negociación.
Administrar el conflicto con los palestinos y correrlo de la agenda política y mediática efue a lo que se ha dedicado Bibi en los últimos ocho años. que siempre ocupó la atención internacional. El contexto regional lo viene ayudando: el mundo árabe y musulmán cruje por las guerras de Siria y Yemen donde Arabia Saudita e Irán disputan el poder regional. Esto preocupa mucho más que cualquier otra cosa. Sin embargo, esta decisión de Trump les da a los palestinos una nueva oportunidad para volver a llevar sus reivindicaciones a la tapa de los diarios. La amenaza de lanzar una «tercera intifada» por parte de Hamas apunta a eso.
Por su parte, los palestinos moderados de la Autoridad Nacional estarán obligados a cambiar su estrategia. Desde 2011 llevaron adelante una fuerte y eficiente campaña diplomática para dañar la imagen de Israel. Lograron algunos éxitos políticos en organismos internacionales pero ninguno alcanzó para romper el statu quo impuesto por Bibi. Abbas es un líder débil y una situación como esta puede hacerlo ceder rápido a las presiones de los grupos palestinos que reivindican la violencia. Hamas es experto en esto y también presionará. Esta decisión de Trump fortalece su posición en la interna palestina.
Con este movimiento, Trump saca a Estados Unidos del rol de mediador que viene ocupando desde hace por lo menos 25 años. No es un dato menor ya que no existe otro actor que pueda ocupar ese lugar. La soberanía sobre la ciudad de Jerusalén y la posible división de la misma para satisfacer las demandas palestinas fue uno de los temas ineludibles de todas las negociaciones entre israelíes y palestinos desde Oslo. Con este reconocimiento de Estados Unidos, el gobierno de Bibi ya no necesitará discutir con los palestinos el status de la ciudad. Si ya hace rato no hay voluntad de las partes para sentarse a negociar, sin Jerusalén como parte de la discusión la posibilidad de una salida negociada a este conflicto parece ya imposible. En definitiva, Trump deja en estado desesperante la posibilidad de la solución de dos pueblos para dos estados.
Bibi siente esto también como una revancha. No olvida que mientras convivieron como presidentes, Barack Obama no se cansó de dejarlo mal parado cada vez que tuvo la oportunidad. Tan solo un año atrás, Obama le daba un golpe diplomático severo en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidos al no frenar la condena a los asentamientos israelíes. Siempre que pudo, expuso la intransigencia de Bibi para reanudar las negociaciones de paz con los palestinos. Lo más duro quizás fue cuando Obama potenció el rol de Irán en la región con el acuerdo nuclear. Bibi nunca imaginó que en tan poco tiempo pudiera revertir esa situación. Trump colmó sus expectativas.
Los costos de esta decisión se mediarán según el grado de violencia que ésta desate en la calle palestina, de cómo Israel responda y, sobre todo, por el nivel de involucramiento de los gobiernos árabes y musulmanes. Solo una fuerte intervención política o militar de alguno de los países de la región podría provocar algún cambio significativo del statu quo. Es difícil que esto ultimo suceda: los gobiernos árabes y musulmanes están en otra sintonía y más allá de la indignación pública que demuestran, volverán a dejar a los palestinos solos. Y Trump lo sabe.
Trump consolida definitivamente la alianza con Israel y cree que la bronca de su otro gran aliado regional, Arabia Saudita, pasará rápido. También confía en que los sauditas, y el resto de los países sunitas, encuentren temas mucho más importantes de los que preocuparse: teniendo a Rusia e Irán enfrente, necesitan a Estados Unidos cerca. No se equivoca.
Trump y Bibi apuestan a que el contexto regional haga que el impacto de esta noticia se vaya diluyendo más temprano que tarde y el foco vuelva a donde está desde hace por los menos siete años: en el profundo cisma interno del mundo árabe y musulmán en el cual el enfrentamiento entre sunitas y chiitas, encabezados por Arabia Saudita e Irán respectivamente, ocupa la atención central.