Por primera vez en su historia, los líderes de la Unión Europea (UE) han cerrado las fronteras de la comunidad. La medida llega en un momento de máxima tensión alrededor de la pandemia de Covid-19, donde múltiples países -parte o no del espacio Schengen- ya habían decidido prohibir el ingreso de extranjeros de manera unilateral. En los últimos días, el viejo continente se convirtió en el epicentro de la pandemia con cifras de contagiados superiores a las registradas en China actualmente.
La decisión inédita de establecer el lockdown en toda la Unión tiene por objetivo evitar los controles fronterizos al interior de la misma y evitar el ingreso de personas provenientes de terceros países para impedir una escalada del contagio. Sin embargo, parece demasiado tarde: España y Alemania ya lo han hecho, Hungría le cerró la puerta incluso a habitantes de otros países europeos, y en Polonia cualquier extranjero que ingrese al país está sujeto a someterse a una cuarentena obligatoria aunque no presente síntomas ni provenga de un lugar sin gran circulación del virus.
Ursula Von der Leyen, quien dirige la Comisión Europea, confía en que el blindaje perimetral llevará a los socios de la UE a relajar los controles internos y, de ese modo, permitir que europeos varados dentro del continente puedan regresar a sus países de origen.
La lógica del sálvese quien pueda recorre Europa y la adopción de medidas nacionales es imposible de frenar políticamente en un momento de pánico generalizado. Ahora, Bruselas debe esperar y trabajar para que las medidas no se perpetúen y pongan en jaque el comercio al interior del continente o la supervivencia de la zona Schengen una vez que pase la crisis.