Mucho se dijo sobre el accionar de los líderes del mundo ante la pandemia del coronavirus, en general en tono de crítica por su tardía reacción o por lo poco afortunado de las medidas implementadas. Pero mucho menos se dijo sobre aquellos países que enfrentaron la crisis sanitaria de una manera más efectiva y silenciosa.
En ese grupo se destacan varias líderes europeas. Angela Merkel, a la cabeza del grupo, y de Europa, aprovechó la pandemia para retomar la centralidad política de su país y su continente: la proporción de fallecidos sobre contagiados en Alemania es realmente baja. El grupo liderado por Merkel se compone también por las líderes de la región escandinava: Sanna Marin de Finlandia y Erna Solberg de Noruega. A éstas pueden sumarse Mette Frederiksen de Dinamarca y Katrin Jakobsdottir de Islandia. Todos gobernados por mujeres y con porcentaje de fallecidos menor al 5%. Casualmente, el único país de la región norte del continente que mostró dificultades para enfrentar la pandemia fue Suecia, el único liderado por un hombre, con una proporción de fallecidos del 12%, muy superior a la media.
Pero el fenómeno no se limita a Europa. En Asia, la líder de Taiwán, Tsai Ing Wen, también tiene números para mostrar: menos de 500 casos y un porcentaje de muertos inferior al 2%. Oceanía no se queda atrás y presenta la gestión de Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda: 1,3% de muertes y un reciente anuncio de que se cortó la circulación del virus a nivel local.
¿Es casual que los casos exitosos sean todos de mujeres líderes? No parece. Lo que sí está claro son dos cosas: una, que en todos los casos actuaron con celeridad, determinación y bajo perfil, utilizando al máximo los recursos del estado para controlar la pandemia de la manera más efectiva; la otra, que seguramente las próximas encuestas locales reflejarán un aumento considerable en la aprobación de su imagen en la sociedad.