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    ¿Es Macri el nuevo líder de América Latina?

    5 diciembre, 2017
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    Por Martín De Nicola.

    Luego de dos años de mandato, Mauricio Macri mantiene firme uno de sus objetivos: ser el gran líder de la región. Más allá de si es o no exitoso en su gestión, el presidente argentino siempre pregona que todas sus medidas tienen un objetivo común: hacer de Argentina un país ejemplo en la región, integrado al mundo, que se codee con las grandes potencias y se acerque cada vez más a la elite de países desarrollados. Lo destacable es que el mundo no le dio la espalda y rápidamente empezó a verlo como el posible socio que América Latina hacía tiempo no ofrecía.

    América Latina, y América del Sur en particular, no contaba con grandes liderazgos allá por diciembre de 2015, cuando Macri asumió. El terreno era el ideal para un Macri que sin demorarse leyó la situación y empezó a trabajar para posicionarse como el referente ante el mundo de una región últimamente caracterizada por el populismo. Dos años después, la situación no es muy distinta. Michel Temer nunca logró ganarse el beneplácito de su sociedad y solo está esperando el final de su mandato; Michelle Bachelet, también con altos niveles de rechazo, está luchando para que su candidato impida que Sebastián Piñera, quien ya protagonizó un gobierno de poco vuelo, regrese al poder; Enrique Peña Nieto tampoco logró levantar su perfil, primero por la complejidad de la política interna y luego por ser el blanco preferido de Donald Trump, quien se encargó de minimizar el rol de México en la región; Evo Morales mantuvo su liderazgo, pero de la América Latina que ya no es, la de hace algunos años, la de Chávez, Lula y Kirchner, esa que las grandes potencias del mundo solían cuestionar. Quizás solo Juan Manuel Santos tuvo sus momentos de gloria en este tiempo, con el cuestionado pero reconocido acuerdo con la guerrilla colombiana, pero su protagonismo a nivel internacional fue simplemente circunstancial.

    En sus dos años de gobierno, Macri estuvo mano a mano con los principales líderes mundiales. Sin duda alguna su momento de mayor exposición fue en marzo de 2016, con apenas tres meses de gestión y escaso tiempo para demostrar alguna virtud, cuando el por entonces presidente de Estados Unidos visitó Argentina. Con muestras de camaradería, Barack Obama le dio la primera unción como líder de la región. Días antes, lo había visitado Francois Hollande, ex presidente francés, antes de caer en desgracia en su propia tierra. Durante ese año también lo visitó Matteo Renzi, ex primer ministro italiano, en otro encuentro histórico. Ya en 2017, en mayo, lo visitó Shinzo Abe, el primer ministro japonés. Y un mes después recibió la venia de otra figura clave de Occidente, Ángela Merkel. Con la excusa del futuro traspaso de la presidencia del G20, la líder europea tampoco dudó en mostrar que Macri era su elegido en la región. Por si hacía falta, tres meses después también jugó de local ante Benjamin Netanyahu, el gran líder occidental de Medio Oriente. Cartón lleno. Con esta visita, Macri logró completar un póker de ases envidiable: Estados Unidos-Europa-Israel-Japón. En menos de dos años de gobierno, había logrado mostrar que el gran referente del mundo occidental en la región era él.

    Jugando de visitante, el presidente argentino también obtuvo triunfos resonantes. El mayor éxito volvió a dárselo Estados Unidos, cuando el presidente Donald Trump lo recibió y lo transformó en el primer presidente de la región que lo visitaba en el Salón Oval, incluso a pesar de la predilección de su gobierno por Hillary Clinton en la elección presidencial. Un mes después tachó el casillero que le faltaba: el líder chino, Xi Jinping, lo recibió y no escatimó elogios para el camino que la nueva Argentina, la de Macri, estaba transitando. Además, quienes muchos consideran el hombre con mayor poder en el mundo, el presidente ruso Vladimir Putin, ya lo había recibido en un encuentro bilateral durante la cumbre del G20 en 2016, en China. Emmanuel Macron, el joven presidente francés con quien muchos lo asemejan, también le concedió un encuentro en el marco de la reunión del G20 en Hamburgo 2017. El único casillero que no pudo tachar fue Reino Unido, pero por sobradas razones: la histórica disputa en torno a las Islas Malvinas, sumado a la absoluta dedicación de Theresa May al Brexit, impidieron generar el contexto ideal para un encuentro formal. Si luego de todo este derrotero Macri pensaba que su objetivo de erigirse en el gran líder de la región había sido alcanzado, era difícil cuestionárselo.

    Probablemente solo pueda hablarse de dos derrotas del presidente argentino en el campo internacional. La primera, sus intentos por resolver la crisis en Venezuela, que ciertamente fracasaron. Maduro lejos está de encarnar un liderazgo incuestionable como el de Hugo Chávez, tanto como Venezuela de superar su crisis. Pero aun así la comunidad internacional no logró terminar con su régimen. Macri se planteó la resolución del conflicto en Venezuela como un espaldarazo a su rol de líder regional, como cuando Néstor Kirchner intentó solucionar el problema de las FARC en Colombia. Sin embargo, rápidamente se dio cuenta que era una causa perdida, y que más allá de algunas medidas formales tomadas en el seno del Mercosur y la Unasur, nada podía hacerse al respecto. El Venezuelagate también fue un factor clave en la salida del gabinete de la ex canciller Susana Malcorra, a quien Macri designó al iniciar su gestión por su trayectoria y contactos con la comunidad internacional. Las diferencias de apreciaciones sobre temas clave, como el de Venezuela, culminaron con la salida de Malcorra, a quien Macri había apostado fuertemente para consolidar el regreso de Argentina al mundo candidateándola a la secretaría general de Naciones Unidas.

    La otra derrota debe ser sin dudas la más dolorosa, porque es contra otro argentino: el papa Francisco no oculta su desconfianza sobre Macri. Sabido es que muchas de las medidas adoptadas por el gobierno argentino no han sido del agrado del sumo pontífice, y el sueño de todos los argentinos de recibir la visita de un papa propio parece estar lejos de cumplirse.

    El cierre de este año volvió a poner a Macri en los títulos de los diarios del mundo, por dos cuestiones bien diferentes: una inesperada, la otra programada. El ya trágico episodio que protagonizó el submarino argentino Ara San Juan, desaparecido en aguas del Océano Atlántico durante una operación de rutina, sorprendió al mandatario argentino con una crisis que no esperaba, pero le ofreció una nueva oportunidad de mostrarse fronteras afuera. Los cuestionamientos al manejo que hizo el gobierno de la situación abundan y están más que justificados. Pero lo cierto es que buena parte de la comunidad internacional rápidamente se puso a disposición de Argentina. Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, Uruguay, Chile, Colombia, Noruega, Francia, Alemania, Italia, España y hasta Rusia ofrecieron colaboración a Macri, y muchos de ellos desplegaron en aguas argentinas sus más modernos sistemas de búsqueda para dar con la nave siniestrada. Esto permitió a Macri volver a tratar de manera directa y personal con Donald Trump y Vladimir Putin, que unieron sus esfuerzos en una justa causa.

    La programada es la asunción de la presidencia del G20 por parte de Argentina, que marca un hito en la historia de la región, ya que es la primera vez que un país de América Latina toma semejante rol en el foro de países más desarrollados del mundo. Argentina coordinará las acciones del grupo durante todo 2018, y realizará diversos eventos y encuentros para tratar las principales problemáticas mundiales. El nivel de exposición del país, y el de Macri en particular, serán superlativos. Argentina tiene ante sí una oportunidad que puede consolidar su regreso al mundo, o que bien puede poner un freno a las ambiciones de Macri de hacer de su Argentina el país estrella de la región. Porque, como toda gran oportunidad, si no es aprovechada puede generar una gran crisis. En este marco, Macri enfrenta algunos desafíos: el primero, crucial, es elegir una agenda de temas que se corresponda con los grandes debates que hay hoy en el mundo, que despierte el interés y el apoyo de las grandes potencias, pero que al mismo tiempo logre lidiar con los intereses muchas veces antagónicos de las mismas. El segundo, mucho más tangible, es asegurar que todos los eventos que se realicen en el marco del G20 sean exitosos e impecables desde lo operativo, especialmente la cumbre de mandatarios que tendrá lugar a fines de 2018. Son esas situaciones en las que nada puede fallar. Quizás la mayor duda en este sentido es cómo hará Argentina para lidiar con la seguridad de decenas de mandatarios mundiales en simultáneo y neutralizar las ya clásicas protestas que toda cumbre del G20 recibe. Probablemente la prohibición de ingresar al país a varias ONGs internacionales que querían participar de la primera reunión en Bariloche sea una señal. Durante esta semana, la 11º cumbre ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) que tiene lugar en Buenos Aires ya permitirá ver algunas cartas al respecto.

    Sin duda alguna, el beneplácito del mundo occidental con el presidente argentino está íntimamente vinculado con las medidas que viene tomando en su gestión, especialmente en materia económica. Argentina, luego del período de los Kirchner, volvió a la fórmula que en muchos países del mundo ha funcionado pero que nunca le ha dado éxito más allá de lo circunstancial: apertura económica, toma de deuda por decenas de miles de millones de dólares y ajuste de tarifas en los servicios públicos. A estos hechos consumados, se les suman dos proyectos de reformas que ya despertaron las más duras críticas de la oposición política y sindical: la laboral y la previsional, ambas con el objetivo de bajar costos, ganar competitividad y reducir el inmenso gasto público que tiene el país. Sin embargo, la afinidad de la política internacional con Macri aún no se ha replicado en la confianza de los inversores internacionales en Argentina. Macri deberá lograr que las prometidas inversiones lleguen en gran número al país, para que la economía finalmente arranque, la inflación quede controlada y el círculo que históricamente en Argentina fue vicioso esta vez sea virtuoso. Solo así logrará mantener su posición de líder de la región.

    “Líder se nace, no se hace”, suele escucharse. En el caso de Macri, si bien su esfuerzo por posicionarse como el máximo referente internacional de América Latina es incuestionable, lo cierto es que el mundo occidental lo eligió como su socio en la región antes de que empezara a mostrar sus cartas para gobernar. Occidente apostó a él. Ahora él deberá demostrar que efectivamente es capaz de sepultar el capítulo populista de la historia argentina, que la economía del país puede ser abierta y competitiva, y que Argentina es un lugar confiable y recomendable para realizar inversiones. Solo así mantendrá su rol de líder de la región.

     

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