Decenas de miles de ciudadanos han tomado las calles de la capital de Mali en los últimos días. El país no logra hacer pie en un contexto que conjuga la pandemia de coronavirus, la crisis económica y una insurgencia islamista que crece a ritmos incalculables. Éstos son los factores que han impulsado a la ciudadanía a pedir por la salida del Presidente Ibrahim Boubacar Keïta.
Las calles de Bamako, otrora tranquilas y pacíficas, se han llenado de personas entonando fragmentos del himno nacional, que aseguran estar desempleados o fuera de la escuela mucho antes de que se registrara el primer caso de Covid-19 en el país.
Por un lado, los manifestantes desconfían de la capacidad del Poder Ejecutivo para remediar las tres aristas de la crisis. Por otro, sospechan de las intenciones del principal aliado externo con el que cuentan: Francia. Hay más de 5.000 oficiales de las fuerzas armadas francesas en la región desempeñando tareas vinculadas a la lucha contra los extremistas que buscan hacerse de un lugar en África Occidental.
Keïta, que ocupa la presidencia desde 2013, no tiene intenciones de dejar su cargo aunque ha hecho algunas concesiones en los últimos días. En este sentido, opositores políticos arrestados en los últimos dos meses ahora han sido puestos en libertad. Asimismo, el Gobierno aseguró que procederá a disolver una corte constitucional que ha generado controversia.
Las protestas han implicado pedradas contra el edificio del Parlamento, la irrupción en las oficinas de la cadena televisiva del Estado, el bloqueo de puentes y barricadas en las calles. A su vez, 11 personas han fallecido y otras 150 han resultado heridas en el contexto de las manifestaciones ocurridas durante la última semana. Las Naciones Unidas, la Unión Africana y otras organizaciones internacionales han pedido por la vuelta a la paz y rechazado el uso de violencia por parte de las fuerzas de seguridad.