El martes último, un grupo de soldados del país africano protagonizó un golpe de Estado. El presidente maliense, Ibrahim Boubacar Keita, fue arrestado junto con el primer ministro, Boubou Cissé. Al encontrarse ante el punto más álgido del malestar y la inestabilidad que atravesó el país en los últimos meses, Keita anunció su dimisión desde la base militar de Kati aludiendo su voluntad de evitar un derramamiento de sangre. Por su parte, los militares que perpetraron el golpe afirmaron que llevarán adelante una transición civil antes de celebrar elecciones generales.
La sublevación militar fue acogida con beneplácito por una parte de la ciudadanía. Es así que una multitud se congregó en la plaza de la Independencia, sitio de las protestas de los últimos meses en Bamako, para pedir por la dimisión del primer mandatario. Keita no ha logrado hacer pie en una crisis que parece no tener fin. En consecuencia, el hartazgo de la sociedad propicia el apoyo a su remoción del cargo aunque ello implique una toma del poder por parte de las Fuerzas Armadas.
A nivel internacional, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, pidió por la liberación de los funcionarios y reclamó una vuelta al orden constitucional. Francia y Níger han solicitado una reunión del Consejo de Seguridad, la cual está prevista para los próximos días. Desde Europa, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, condenó el golpe asegurando que este nunca es el camino para solucionar una crisis. En cuanto a la Unión Africana, el presidente Moussa Faki Mahamat instó a los golpistas a desistir del uso de la fuerza.
La situación en Mali no dista demasiado de lo sucedido en 2012, cuando el capitán Amadou Haya Sanogo lideró un levantamiento que acabó con la presidencia de Amadou Toumani Touré. Ocho años más tarde, la amenaza yihadista y los enfrentamientos intercomunitarios afectan a dos tercios del país. En Bamako, un movimiento popular -acompañado por la oposición- exige la renuncia del presidente Keita desde hace meses.
Cuando Keita asumió el poder en 2013, prometía ser el hombre fuerte que revertiría la crisis y lograría reunificar a Mali desbaratando la ocupación de grupos islamistas en el norte del país. Los escándalos de corrupción han marcado a gran parte de sus funcionarios y Keita no ha podido asegurarse el control del territorio maliense. El Estado tampoco logró poner fin a las masacres intercomunitarias ni dar solución a los altos niveles de desempleo y pobreza. No es de extrañar que mientras ayer los militares se abrían paso por las calles de la capital, se escucharon vítores y aplausos.