Cuando prácticamente se han contado todos los votos (el 92%), podemos concluir que las elecciones realizadas ayer en Israel no han podido romper el bloqueo político. A partir de ahora comenzarán febriles negociaciones para ver si alguno de los dos partidos más votados es capaz de armar, uno por izquierda y el otro por derecha, una coalición de gobierno. Parece muy difícil que tengan éxito. Por eso, si se quiere evitar otra elección, lo más probable es que se forme un gobierno de unidad nacional entre los dos partidos más votados y quizás algún socio mas.
Otra vez, al igual que en abril, los resultados marcan un empate virtual. Según datos oficiales, la alianza Azul y Blanco liderada por el ex general Benny Gantz obtiene 32 escaños y el Likud, del primer ministro Benjamín Netanyahu, 31.
El que aparece como el gran ganador es Avigdor Lieberman, ex ministro de Defensa. Lieberman tiene ahora ocho escaños que lo ponen en un lugar central ya que tiene la llave de la gobernabilidad y la puede hacer girar hacia la derecha o hacia la izquierda. Sin embargo, lo que quiere es ser el armador del gobierno de unidad nacional. Y ya empezó a trabajar para construir una gran coalición con el Likud, Azul y Blanca y su partido. Busca un Gobierno de unidad nacional de amplia base laica y liberal.
Gantz y sus socios saben que hicieron una gran elección pero que tendrán dificultades para armar una coalición de gobierno sólida porque a su izquierda quedó todo deteriorado: el laborismo sigue estancado en los seis escaños y la nueva Unión Democrática pacifista solo se quedó con cincos diputados. No le sirvieron de mucho la presencia del ex primer ministro Ehud Barak y de otros políticos del laborismo.
Por eso, cuando le plantean la posibilidad de sumarse a un gobierno de unidad nacional, Gantz dice que si aunque con una condición nada menor: que el Likud corra a Bibí y deje el paso a otro dirigente conservador no salpicado por la corrupción.
Netanyahu está en problemas porque no logró el apoyo que esperaba y que le hubiese servido para permanecer en el poder y de esa manera protegerse de los problemas judiciales que lo acechan. Donde primero se notará su debilidad será en el interior de su partido en el que ya seguramente le están buscando sucesor. Bibi ha perdido legitimidad para liderar una construcción política.
Sin embargo no se da por vencido y al verse acorralado por la Justicia, Lieberman, Gantz y parte del Likud, al igual que en la campaña, recurre a un discurso extremo para deslegitimar a sus adversarios. Cuando se conocieron los primeros resultados, Netanyahu dijo que intentará “formar un Gobierno sionista fuerte” y advirtió del peligro de que se pacte un “Gobierno antisionista”.
Hace horas se reunió con los aliados que le quedan: los dos partidos ultraortodoxos , Unión de la Torá y el Judaísmo (ocho escaños) y Shas (nueve), y el de extrema derecha, Yamina (siete). Junto a ellos decidieron iniciar negociaciones para intentar armar una coalición de al menos 61 diputados. Difícil que lo consigan.
De todos modos nadie se anima a dar por muerto a Bibi. Saben que todavía está en el poder y maneja los recursos del Estado. Y si a eso se le suma su voraz capacidad política y su imperiosa necesidad de mantenerse en el poder Bibi para no terminar preso, todavía es capaz de cualquier cosa.
Quienes hicieron una excelente elección fueron los árabes israelíes quienes se ubicaron terceros. Si bien durante la campaña los líderes de la Lista Conjunta anunciaron que no entrarían a formar parte de un Gobierno de centro-izquierda dirigido por Gantz, si se mostraron dispuestos a ofrecerle apoyo en la Kneset en las políticas sociales y de reanudación del diálogo con los palestinos, suspendido hace más de cinco años.
Si bien parecía que la sociedad israelí estaba un poco cansada de tener que volver a votar, se registró un ligero aumento de la participación respecto a los comicios de abril: se alcanzó el 69,4% del padrón, un 1,5% más que en abril.