Luego del ataque iraní de ayer por la noche a dos bases militares de Estados Unidos en Iraq, el mundo se paralizó. Con lógica, muchos habrán pensado que lo que venía iba a ser mucho peor de todo lo muy malo que ya ha pasado en Medio Oriente. Parecía que estaban dadas todas las condiciones para que se desatara una guerra abierta entre Estados Unidos e Irán. Pero los temores se fueron disipando de a poco. Una buena primera señal fue cuando ayer a la noche Trump decidió no dirigir ningún mensaje a su pueblo porque solo lo hubiera hecho para anunciar que Estados Unidos entraba de guerra. Esto hacía suponer que el ataque iraní no había tenido graves consecuencias (medido en cantidad de muertos). Todo esto se terminó de confirmar hoy a la tarde cuando Trump, sin decirlo explícitamente, dio por concluido este round. En una conferencia ofrecida en la Casa Blanca ratificó que no hubo víctimas fatales, que nunca iba a permitir que Irán tenga armamento nuclear y que profundizará las sanciones económicas.
Por su parte, los iraníes también parecen haber quedado conformes. Hicieron lo que tenían que hacer en estas circunstancias para cumplir con sus dos objetivos. Por un lado se trató de un ataque directo hacia Estados Unidos, quizás el más jugado de los últimos años, para mostrarle a su gente que no se quedaban de brazos cruzados frente al asesinato de Soleimani. Por el otro, al controlar los daños que iba a generar el ataque, no le dio a Trump el justificativo para seguir la escalada. El ministro de Exteriores iraní, Mohammed Javad Zarif, minutos después del ataque dejó en claro qué era lo que querían. Escribió en Twitter que los ataques a tropas estadounidenses habían “concluido” y que Irán no buscaba “una escalada o una guerra”. Por eso no hay darle mucha importancia a lo que están diciendo hoy, sobre todo a que en el ataque murieron 80 estadounidenses, que era solo un primer golpe y que la venganza por la muerte de Soleimani recién empieza. Lo último que quieren es entrar en un conflicto abierto con Trump por una razón bien sencilla: se llevarían la peor parte.
Ahora se abre un periodo de incertidumbre donde los protagonistas seguramente intentarán reacomodar sus fichas. Trump sale fortalecido de todo esto. Si se mide golpe por golpe, es evidente su éxito que seguramente le viene muy bien para encarar el proceso de impeachment que se le viene encima y la campaña electoral por su reelección. Mientras tanto, los iraníes seguirán tratando de hacer lo que venían haciendo: ganar influencia en Siria y en Iraq aunque ahora se cuidarán un poco más de no pegarle directamente a Estados Unidos. Seguirán amenazando y provocando a Israel y a Arabia Saudita, buscaran desafiar a la comunidad internacional con su programa nuclear y cerrarán filas con Rusia. Pero sobre todo intentarán aprovechar el resurgir patriótico que generó el asesinato de Soleimani y que hizo que gran parte de la sociedad iraní dejara de lado las fuertes críticas al régimen. Esto es clave para el gobierno de Irán, ya que la permanencia y vigencia de la Revolución se explica más que por ninguna otra cosa por el apoyo social que lograron mantener y que en los últimos años se empezó a agrietar. En esto Trump les pudo haber hecho un favor.