Donald Trump decidió instalar un nuevo paradigma medioambiental en Estados Unidos: el dióxido de carbono no afecta al cambio climático. Con la Orden Ejecutiva de Independencia Energética, como la llaman, Trump termina con las medidas de Obama que apuntaban a limitar la producción de carbón e incentivaban la utilización de energías renovables.
Con la medida, Trump levanta las restricciones en la emisión de dióxido de carbono en las centrales eléctricas de carbón y elimina la obligación de considerar las consecuencias en el cambio climático ante el análisis de proyectos ambientales futuros.
La justificación del gobierno estadounidense radica en que con esta liberación, la industria prosperará, lo que redundará en crecimiento económico y mayores puestos de trabajo que harán “grande” a Estados Unidos. Por otra parte, los ambientalistas y defensores del medio ambiente cuestionan seriamente la medida, y se escudan en que se opone fuertemente al Acuerdo de París, que dispone medidas concretas para minimizar la emisión de gases de efecto invernadero. Y desde Europa, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, aseguró que considera la medida «un desastre» y que «conduce a una catástrofe global».
Nuevamente, Trump da un giro de 180 grados con respecto a las políticas de su antecesor y despierta la polémica.