Por Damián Szvalb / @DamianSz / info@zoominternacional.com
En medio de la pandemia hay un dato político que debería llamar la atención: entre los líderes que peor han gestionado la crisis del Coronavirus aparecen tres que llegaron a gobernar democracias importantes con un discurso anti político, anti establishment y fuertemente nacionalista. Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsanoro, de ellos se trata, llegaron al poder porque supieron aprovechar el clima de época dominado por la deslegitimación y la desconfianza de grandes sectores de la sociedad hacia las instituciones políticas. Lograron adhesiones exacerbando los miedos de quienes fueron quedado en la banquina del desarrollo económico y que la crisis financiera de 2008 terminó de excluir.
La incertidumbre de millones de ciudadanos sobre su futuro se profundiza a medida que observan cómo el nuevo mundo del trabajo que se está gestando a partir de la revolución tecnológica (que la crisis del Coronavirus aceleró) nos los contempla, ni a ellos ni a sus hijos. En sus campañas, estos líderes les hablaron a ellos exacerbando sus miedos y prometiéndoles soluciones sencillas a sus gravísimos problemas. No olvidemos que estos sectores sociales dejaron de creer en la política tradicional porque ésta no pudo o no supo darles respuestas.
Empecemos por lo más cercano. Sería un milagro, que en política existen, que Jair Bolsonaro salga con vida política de esta pandemia. Desde el principio hizo todo mal y hoy Brasil no puede detener el conteo de muertos, que ya superó la cifra de 11.000. Al mismo tiempo ha perdido todas y cada uno de sus pulsadas políticas internas. Le explotaron todas en el peor momento.
Primero con los gobernadores que no lo escucharon más y tomaron decisiones severas, y opuestas a las tomadas por Bolsonaro, para intentar frenar los contagios y las muertes en sus distritos. Y después con su gabinete. El Ministro de Salud Luiz Henrique Mandetta primero y, Sergio Moro, de Justicia, después, lo abandonaron y se llevaron con ellos todo el prestigio profesional que le dieron a Bolsonaro. Se quedó sin nada.
El de Salud fue la voz racional en medio del desquicio con el que se maneja la crisis del Coronavirus. Moro fue decisivo para que Bolsonaro haya llegado a presidente. Primero, porque en medio de la mega causa del Lavajato, se concentró principalmente en meter preso a Lula y dejar al PT sin candidato competitivo. Además, le adosó su prestigio ganado por liderar ese proceso judicial. Solo le queda su ministro Paulo Guedes para lograr que la economía brasileña sufra lo menos posible. Pero no tiene a nadie para recomponer el daño político que está sufriendo, más que por ninguna otra cosa, porque nunca supo cómo gobernar Brasil.
Quien sí parece tener todavía futuro político es Donald Trump. Ni sus peligrosas declaraciones públicas ni, sobre todo, su pésima gestión contra el Coronavirus, parecen haberlo sacado de carrera para la reelección. Por eso ya eligió al enemigo para la campaña electoral: China, sí, otra vez China, pero ahora más que nunca. Recrudecerá, sobre todo verbalmente, la disputa comercial con ese país, pero sobre todo le agregará el ingrediente conspirativo: dirá que China usó y expandió el Coronavirus para sacar ventajas económicas y sacar a Estados Unidos del juego. El panorama electoral en Estados Unidos, si se quiere, es parecido al de 2016. Por un lado, hay un sector de la población que seguirá rechazando a Trump como lo hicieron siempre, sobre todo los estadounidenses que viven en Nueva York y California, y otro que seguirá creyendo en que el America first todavía es posible. Es decir, que ninguno va a cambiar sus apoyos a pesar de los 80.000 muertos por el Coronavirus.
Para sus posibles votantes, Trump reforzará la estrategia que tanto éxito le dio cuatro años atrás. Intentará tocar las fibras nacionalistas de aquellos estadounidense que creen que el Coronavirus empeorará su ya mala situación económica y social. Además de su discurso y su estrategia electoral, que nunca hay que subestimar, el paquete de ayuda estatal que está inyectando para reactivar la economía será su arma más importante. El brutal desempleo que está generando el Coronavirus, que del pleno empleo ya llegó al 14 por ciento, podría arruinarle los planes.
Otro factor a tener en cuenta es que enfrente tiene a un candidato bastante débil, por su propia personalidad y porque llega con poca legitimación de su partido, el Demócrata, que tuvo que interrumpir su interna y le impidió a Joe Biden mostrar su real potencial territorial, si es que verdaderamente lo tiene. Biden debería centrar su campaña en mostrar lo pésima que fue la gestión de Trump en tiempo de pandemia. No debería ser difícil eso, pero si bien los números y las imágenes del desastre humanitario son elocuentes, muchos creen que el candidato demócrata no tiene la personalidad necesaria para meterse en ese barro.
Quien rápidamente pasó de la euforia al desencanto político fue Boris Johnson. De convertirse en primer ministro y gestionar eficientemente la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, sin duda la decisión política más importante de los últimos 50 años en el Reino Unido, pasó a tener que dar explicaciones diarias por su falta de preparación temprana para enfrentar el coronavirus, por sus cambios abruptos en la estrategia, y su incapacidad para proporcionar el equipo de protección adecuado para su personal médico y otros trabajadores clave. Y encima él mismo estuvo a punto de morir por el virus.
Las últimas encuestas muestran cierta comprensión de los británicos hacia el primer ministro, quizá producto de que él mismo sufrió el Coronavirus o porque en tiempos de crisis no es conveniente castigar al piloto de tormenta. Quizá entienden que los políticos que manejen crisis de semejante magnitud pueden equivocarse en algún momento. El problema para Johnson es que esos errores ya costaron más de 30.000 muertos en Gran Bretaña.
Frente a esto uno debería preguntarse qué está haciendo la oposición política. El Laborismo, con nuevo líder luego del fracaso estrepitoso de Jeremy Corbyn en las últimas elecciones, por ahora mantiene prudencia, como si estuviera siguiendo el pulso de la opinión pública. Pero no sería raro que su nuevo jefe, Keir Starmer, abandone esa actitud y empiece a elevar el tono de sus críticas. No puede estar mucho tiempo más sin exigir respuestas al gobierno.
Por eso, más temprano que tarde, Johnson debería someterse a una investigación pública en la que saldrá a la luz el desmanejo de la crisis en los primeros meses, cuando ya el Covid-19 preocupaba a muchos en Reino Unido. En esos meses, enero y febrero, toda la atención del nuevo gobierno estaba puesta en resolver el Brexit. El gobierno de Johnson se defenderá con la herencia recibida: servicios públicos mal equipados para manejar una pandemia y un sistema de salud que carecía de suficientes camas de cuidados intensivos, equipo de protección para el personal e, inicialmente, respiradores.
Quienes construyen los escenarios del día después no terminan en ponerse de acuerdo sobre cuánto pesará en el futuro político de los lideres mundiales cómo han manejado esta crisis. ¿Prevalecerá el desmanejo o la necesidad de la sociedad de alinearse tras su piloto de tormenta? En este sentido, conociendo la breve pero intensa relación con el poder de Trump, Johnson y Bolsonaro, y mas allá de sus fracasos a la hora de gestionar esta pandemia, hay que decir que es demasiado rápido para vaticinar su muerte política.