El consenso democrático alemán que se sostiene desde la caída del Muro de Berlín sufrió un duro golpe que, si bien no lo derribó, lo dejó herido. La barrera que los partidos alemanes le habían puesto a la ultraderecha fascista y antisemita se pasó por encima el miércoles pasado en el Parlamento regional de Turingia. Fue cuando los votos de Alternativa para Alemania (AfD), un partido abiertamente nazi, sirvieron para elegir como presidente al candidato liberal, Thomas Kemmerich, apoyado también por la fracción de la Unión Demócrata Cristiana CDU de la canciller, Angela Merkel.
Era la primera vez que un primer ministro regional era elegido con el apoyo de los ultras. Hasta ese momento los partidos democráticos alemanes se habían juntado para impedir que el partido ultraderechista accediera al poder en alguno de los estados federales de Alemania.
Se llegó a esta situación en Turingia por que los partidos de centro y de centro derecha democráticos buscaron impedir que se forme un gobierno de izquierda compuesto por el partido Gobierno de La Izquierda (Die Linke), el Partido Socialdemócrata (SPD) y Los Verdes.
Cuando la izquierda, que había ganado sin mayoría las elecciones, no pudo formar gobierno, la CDU, que no había presentado candidato, dio su apoyo al aspirante del partido Liberal (FDP), Thomas Kemmerich, que sumó también los 22 escaños de AfD para lograr una mayoría simple de 45 votos frente a los 44 de la coalición de izquierdas y ecologistas.
Esta situación desató un escándalo político y empezaron a llover las críticas y las peticiones de elecciones anticipadas para dar marcha atrás a esa decisión. Frente a las críticas, Kemmerich, cuyo partido entró con un escaso 5% de los sufragios en el Parlamento regional, intento salvar la situación y le ofreció colaboración a la oposición derrotada. También aseguró que no trabajará con la ultraderecha, pero ya era tarde: el escándalo había llegado al despacho de Merkel.
Eso explica que solo 24 horas después, Kemmerich se vio obligado a anunciar que renunciará al cargo. Dijo que su dimisión era «ineludible» y pedía la disolución del Parlamento de Turingia para abrir el camino a la repetición de elecciones. “No hubo, hay ni habrá cooperación con AfD”, dijo, y atribuyó a “trucos sucios” de la ultraderecha el resultado de la votación.
El arco político democrático reacción rápido ante esta situación para exigir que no se rompa el frente contra los partidos ultraderechistas. “Es imperdonable y el resultado debe ser revertido”, dijo Merkel. “Fue un mal día para la democracia”, agregó.
El apretón de manos que se habían dado Kemmerich y Höcke (de Alternativa por Alemania) para cerrar ese fugaz acuerdo ocupó ayer las tapas de todos los diarios nacionales. “Por primera vez en la historia de la República Federal, la CDU y el Partido Democrático Libre (FDP) (liberales) han estrechado la mano a los nazis. Al hacerlo, han renunciado al consenso democrático”, aseguró el secretario general del FDP. Por su parte, el dirigente del CDU, Paul Ziemiak, también se mostró firme: “Cualquier impresión de que nazis como Höcke u otros de AfD puedan influenciar las oficinas del Gobierno daña a todo nuestro país”, dijo. Al mismo tiempo, en la calle se multiplicaban las protestas ante las sedes de los principales partidos.