Esta semana el Primer Ministro británico fue sometido a un voto de no confianza. Aunque Johnson consiguió permanecer en el cargo, la derrota al interior del bloque conservador fue significativa. El 41% de los diputados del oficialismo pidieron la destitución del mandatario. El sostenido resquebrajamiento del partido gobernante se deriva del escándalo de las fiestas celebradas en Downing Street durante el confinamiento.
De cualquier manera, para Boris Johnson el apoyo que recibió de 211 de sus partidarios en la Cámara de los Comunes fue suficiente para dar por saldada la discusión. Fue con esta postura que el premier británico compareció ante la oposición en una sesión parlamentaria celebrada el miércoles, solo 48 horas después. Laboristas y nacionalistas escoceses por igual esperaban poder sacar provecho de la precaria situación de Johnson. Sin embargo, este remarcó que nada ni nadie podrá impedir que continúe gobernando y cumpla con su programa electoral.
El ala dura de los conservadores, cuyos integrantes impulsaron el voto de no confianza, alcanzaron una tregua -al menos transitoria- con el primer ministro. A cambio de su supervivencia han exigido una baja de impuestos y una marcha atrás en todos los aumentos fiscales que se implementaron este año. Johnson ya dejó entrever que avanzará en este sentido en la medida en que Rishi Sunak, a cargo de la cartera de Economía, considere que las cuentas públicas no se verán afectadas significativamente. No parece que habrá cambios en el corto plazo, considerando que otras agendas son más prioritarias para el gobierno británico.