Por Carlos Segalis.
El 24 de septiembre se realizaron las elecciones federales en Alemania, y los resultados de las mismas arrojaron un dato que activó alarmas a nivel mundial: por primera vez desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, una fuerza de extrema derecha germana consiguió bancas en el parlamento nacional, al alcanzar el 12,6 por ciento de los votos.
Por un lado, vale decir que la Canciller Angela Merkel acumuló los suficientes votos para acceder a un cuarto mandato –un hecho histórico para el país-, al alcanzar un 33 por ciento de los votos con la Unión Democrática Cristiana (CDU, por sus siglas en alemán) y su partido hermano bávaro, la Unión Social Cristiana (CSU). Su liderazgo sigue siendo firme.
Pero, por el otro, la alianza demócrata-cristiana gobernante obtuvo un caudal de votos más bajo de lo que se predijo y los populistas alemanes de extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) se convirtieron en la tercera fuerza más votada (después de la CDU/CSU y los socialdemócratas), logrando un voto mayor que el pronosticado en las encuestas.
Pero, ¿qué es Alternativa para Alemania? Se trata de un partido xenófobo y euroescéptico que construyó una base electoral en los sectores excluidos del bienestar económico –especialmente en la ex República Democrática Alemana- y en quiénes se oponen a la política de fronteras abiertas para la inmigración de Medio Oriente que impulsó la canciller Angela Merkel.
El desencanto y el enojo son las dos fuentes emocionales que alimentaron a AfD. La decepción con la clase política tradicional alemana –que tras la reunificación no logró cerrar la brecha de la desigualdad entre el Oeste y el Este-y la oposición a la integración de los refugiados confluyeron en un discurso anti establishment e islamófobo cada vez más potente.
En este sentido, sus líderes –como Alexander Gauland, de 76 años, o Alice Weidel, de 38- utilizan frases como “queremos la Alemania que heredamos de nuestros padres, no queremos una Alemania multicultural” o “el islam no pertenece a Alemania”. Los recientes ataques terroristas también son capitalizados como corrobaciones de sus posturas más xenófobas.
En AfD, por otro lado, también recayeron tanto los partidarios del euroescepticismo –donde más que beneficiarse de la UE, Alemania se estaría “haciendo cargo” de los demás países- como los sectores antisemitas residuales de la sociedad germana, que reivindican al nazismo o reniegan contra las políticas de la memoria sobre el Holocausto.
Cabe destacar que los analistas no logran ponerse de acuerdo sobre cuánto más puede crecer el fenómeno AfD, ni cómo enfrentarlo. Los hechos demuestran que en cuatro años duplicará su caudal de votos, y que es un imán para “los perdedores del sistema”, como asegura Franco delle Donne, coautor junto a Andreu Jerez de “Factor Afd. El retorno de la ultraderecha a Alemania”.
A su vez, delle Donne asegura que “hay muchos conservadores que piensan que la Unión Demócrata Cristiana (CDU, por sus siglas en alemán) de Merkel se ha socialdemocratizado demasiado y que ya no representa sus valores”, y sienten que los 12 años de su gobierno han sido un regreso de las políticas “de izquierda”, pero ya sin la oposición que la propia CDU representaba.
En este sentido, es posible asegurar que -a pesar de los escándalos, las críticas, la oposición política e intelectual- AfD está dejando de ser una opción para sectores marginales y se está convirtiendo en un partido del mainstream germano, por encima de los liberales del FPD, La Izquierda (Die Linke) y el Partido Verde.
Y es que, como asegura el periodista Sebastian Christ, “el AfD pertenece a Alemania -tan malo como eso parece. Ha surgido de dentro de la sociedad alemana” y “su fuerza proviene del hecho de que ha logrado atraer seguidores no sólo de comunidades con posiciones radicales de derechas, sino también de la sociedad alemana más amplia”.
Indudablemente, las elecciones siguen ubicando a la CDU y a los socialdemócratas como los principales partidos de Alemania (por cantidad de bancas obtenidas, lo siguen siendo). Pero, ¿cuánto podrá influir un partido como AfD en las políticas públicas del país una vez que ingrese al parlamento? ¿Y qué pasaría si sus demandas no son atendidas?
Esas parecen ser dos preguntas clave del escenario político alemán por venir.