Estado Islámico golpeó otra vez. Y volvió hacerlo en Inglaterra. Como ellos mismos lo definieron, un «soldado del califato» se inmoló al hacer estallar un artefacto casero en el recital que la cantante estadounidense Ariana Grande estaba ofreciendo en el Manchester Arena. El resultado, 22 muertos y más de 50 heridos, muchos de gravedad, por lo que la cifra de fallecidos podría aumentar.
La premier británica, Theresa May, afirmó que se trata de un «ataque terrorista atroz» y la inteligencia local está investigando vínculos del suicida con otros sujetos eventualmente afines al extremismo islámico. Donald Trump no tardó en manifestarse al respecto, y habló de «jóvenes asesinados por unos malvados perdedores». La líder alemana, Ángela Merkel, aseguró ayuda y cooperación a los «amigos británicos».
Si bien parece ser producto del accionar de un «lobo solitario», el grupo Estado Islámico reivindicó el atentado, y lo justificó como «un esfuerzo para aterrorizar a los infieles, en respuesta a las transgresiones contra las tierras de los musulmanes».
No tardaron en surgir cuestionamientos sobre la inteligencia, que no pudo prever lo sucedido. Hasta ahora nada hacía suponer que pudiera haber episodios de este estilo fuera de lo que es el centro político y financiero de Londres. A partir de ahora, el alerta máxima se extenderá a toda la nación.
El atentado llega apenas dos semanas antes de que tenga lugar una elección fundamental en Gran Bretaña, en la que Theresa May intentará validar su poder para avanzar firmemente en la implementación del Brexit.
Inglaterra es, luego de Francia, el país más afectado por ataques terroristas de distinta dimensión. Este episodio es el más grave que haya sufrido el país desde el atentado en Londres, en 2005.
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