La ambigüedad caracterizó a la posición oficial del gobierno de Theresa May en lo que se refiere a la ejecución del Brexit. Cuando Reino Unido comprendió las consecuencias que tenía la decisión del referéndum, intentó sugerir que la salida de la Unión Europea debía ser lo más suave posible, pero se encontró con la firmeza de Europa que exigió una salida total. La situación más controvertida se daba en torno a la incompatibilidad entre el deseo de Reino Unido de aceptar el libre movimiento de bienes y servicios y la negación a aceptar la libre circulación de personas.
Los meses de indefinición le valieron a May la condena de buena parte de la prensa local, que comenzó a llamarla “Theresa Maybe” (quizás). En respuesta a esos cuestionamientos, la líder británica hizo público un dodecálogo, con los puntos principales que perseguirá su acuerdo para salirse de la UE.
Entre los puntos salientes, se destacan: que la leyes británicas “volverán a generarse en Westminster, Edimburgo, Cardiff y Belfast»; la profundización de la unión entre las cuatro naciones británicas (en un claro mensaje a Escocia, que desea mantenerse en la UE y amenaza con otro referéndum, pero para salirse del Reino Unido); la reactivación de acuerdos bilaterales con distintos países, comenzando por Irlanda y Estados Unidos; el control de inmigración incluso para europeos; y la salida del Mercado Único y la luz verde para la implementación de acuerdos de comercio bilaterales.
Con este plan, May busca dejar en claro que la salida será formal y completa, aunque desea logar las mejores condiciones para propiciar rápidamente acuerdos bilaterales. De acuerdo a estas primeras menciones, Reino Unido buscará reposicionarse como potencia mundial, buscando vincularse a las potencias más desarrolladas. América Latina, en principio, lejos está de figurar entre las prioridades.
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