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    Un mundo impotente ante la amenaza norcoreana

    31 agosto, 2017
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    Por Martín De Nicola.

    Los últimos ensayos misilísticos hechos por Kim Jong-un dieron un giro al conflicto que desde hace años (aunque con especial intensidad en los últimos siete meses) tiene lugar en la Península de Corea. La vieja disputa entre la parte sur y la parte norte de la región intentó resolverse por las armas entre 1950 y 1953. Sin embargo, nunca tuvo una resolución, y el armisticio firmado en 1953 solo dejó al conflicto en suspenso. Hoy, 64 años después, estamos asistiendo a uno de los momentos de mayor tensión, con cierta expectativa de que la búsqueda de resolución del pleito regrese al campo de batalla. Con el lanzamiento de un misil que atravesó cielo japonés y con la prueba de una bomba de hidrógeno que generó un temblor en toda la región, Kim Jong-un envío un claro y preocupante mensaje al mundo: está dispuesto a tensar cada vez más la cuerda. El conflicto, si bien tiene como protagonistas a las dos Coreas, involucra a los principales actores de la comunidad internacional. ¿Qué rol están cumpliendo éstos para evitar una escalada que termine en un conflicto militar? ¿Realmente pueden hacer algo para frenar a Kim Jong-un?

    El lanzamiento de un misil balístico que atravesó cielo japonés, para terminar impactando en el océano Pacífico, a 1200 kilómetros de Hokkaido, la segunda isla más importante de Japón, es un episodio clave para analizar la participación de cada uno de los líderes mundiales en el conflicto. Si bien es uno más de los reiterados ensayos que Kim viene realizando en los últimos meses, el hecho de haber tocado agua tan cerca de Japón elevó el nivel de alerta en todo el mundo. Y por supuesto movilizó a la comunidad internacional.

    El coprotagonista de esta historia es, sin dudas, Estados Unidos. Luego de un periodo de tensa indiferencia por parte del gobierno de Barack Obama, la llegada de Trump al poder dio lugar a una combinación de personalidades explosiva: el presidente estadounidense y Kim Jong-un son dos líderes cuyas acciones y decisiones son difíciles de prever. Ante cada ensayo balístico norcoreano, Trump se ha encargado de recordar que su administración no se quedará de brazos cruzados y que todas las opciones están sobre la mesa, en clara referencia a la eventual utilización del poderío militar para resolver el conflicto. No obstante, por el momento, Estados Unidos no pasó de los reproches de su presidente en Twitter, de la sorprendente escalada dialéctica propiciada por Trump, del liderazgo de las gestiones en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para sancionar económicamente a Corea del Norte y del despliegue de tropas en puntos estratégicos de Corea del Sur. De la mano de la mayor potencia mundial van los vecinos de Corea del Norte, Japón y Corea del Sur. Ambos países deben maniobrar en una delgada línea, porque aun en disidencia con algunos manejos de Trump en la región, necesitan de su apoyo. Ellos son los primeros que sufrirían en propio suelo cualquier exceso de Kim Jong-un.

    La Unión Europea cumple un rol similar al de Estados Unidos, aunque con un involucramiento mucho menor. Embanderado en la defensa de las resoluciones de Naciones Unidas, el bloque sigue de cerca el tema, pero con una actitud ciertamente pasiva. Cierto es que tiene la agenda tomada por cuestiones locales, como el Brexit y la amenaza constante del terrorismo islámico, por lo que la inestabilidad de la península de Corea no está en la cima de sus prioridades. Por el momento, los principales líderes prefieren escudarse en el protagonismo del extraño socio del otro lado del Atlántico, Donald Trump. La canciller alemana, Ángela Merkel, solo se limitó a cuestionar la escalada dialéctica entre Trump y Kim, y a explicitar una situación de sentido común: que la solución del conflicto no es por la vía militar. Por su parte, Emmanuel Macron busca en esta cuestión una nueva oportunidad para consolidar su flamante liderazgo continental. Luego del último ensayo norcoreano se ofreció a liderar las negociaciones para acabar con el conflicto.

    Naciones Unidas, una vez más, muestra su limitado poder de acción en cuestiones extremadamente sensibles. Su secretario general, Antonio Guterres, instó a Corea del Norte a retomar el camino del diálogo. Y el Consejo de Seguridad continúa imponiendo sanciones al régimen norcoreano. No obstante, tanto las declaraciones como las medidas, al menos por ahora, solo contribuyen a construir una condena más simbólica que efectiva.

    Probablemente las mayores expectativas para solucionar el conflicto estén en las otras dos superpotencias mundiales: Rusia y China. En el caso del gobierno de Vladimir Putin, venimos asistiendo a una posición políticamente correcta, pero de involucramiento parcial. Rusia se limita a apoyar las resoluciones del Consejo de Seguridad contra Corea del Norte. Las violaciones de Kim a las normas internacionales no dejan mucho margen al Kremlin. No obstante, esto no ha evitado que en reiteradas oportunidades Putin o sus funcionarios solicitaran terminar con la intimidación a Corea del Norte, en solapada alusión a Donald Trump. El gobierno de Xi Jinping, por su parte, mantiene una posición similar a la de Rusia, pero con una particularidad: China es el receptor de la amplia mayoría de las exportaciones norcoreanas, por lo que toda sanción económica necesita imperiosamente de la colaboración de China para su exitosa ejecución. En esta línea, el gobierno chino eligió jugar con la comunidad internacional, y se comprometió a velar por el correcto e implacable cumplimiento de las sanciones impuestas por la ONU al régimen norcoreano. Sin embargo, y aún condenando el accionar de Kim, China nunca dejó de manifestar que mantiene con Corea del Norte una relación de “amistad” histórica, situación que lo convierte en un actor clave en cualquier negociación que pueda intentarse con el régimen.

    Como en varias situaciones recientes, la comunidad internacional asiste con cierta pasividad al desarrollo de un nuevo conflicto de escala mundial. Las resoluciones de ONU y la condena de los principales líderes solo explicitan la escasa efectividad de la comunidad internacional para dirimir este tipo de conflictos por la vía diplomática. Ante un líder aparentemente irracional, como Kim Jong-un, Nicolás Maduro o Bashar Al Asad, las herramientas de las que dispone Naciones Unidas para evitar o solucionar conflictos de semejante gravedad, se muestran impotentes.

    Probablemente casos como este disparen una discusión superior, vinculada a cómo dotar de mayor efectividad a las medidas tomadas por la comunidad internacional. En lo inmediato, lo que queda claro es que Kim Jong-un desconoce todo tipo de resolución internacional y que el mundo poco puede hacer para revertirlo.

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