Por Carlos Segalis.
El viernes de la semana pasada, un ataque terrorista contra la mezquita de Al Rawdah en Bir al-Abed, cerca de la ciudad egipcia de Arish, dejó un saldo de 305 muertos y aproximadamente 180 heridos. Durante el golpe, el más mortífero en la historia moderna de Egipto, islamistas radicales hicieron explotar una bomba y abrieron fuego contra quiénes estaban rezando allí –principalmente seguidores de la rama sufí del islam-.
Revisar el lugar y los presuntos autores del ataque no es menor: se trató de una mezquita ubicada en la provincia norteña del Sinaí, la cual permanece en estado de emergencia desde octubre de 2014, cuando militantes islamistas afiliados al Estado Islámico bajo el nombre de Wilayat al-Sinai (Provincia del Sinaí) mataron a más de 30 soldados en una sola operación. Desde entonces, las autoridades egipcias han intentado someterlos, algo que hasta el momento no han logrado.
El historial de esta agrupación insurgente es realmente alarmante. Los miembros de Wilayat al-Sinai tienen en su haber ataques con bombas en iglesias en El Cairo y otras ciudades, matando a docenas de cristianos. Y también llevaron a cabo el ataque contra un avión de pasajeros ruso que transportaba turistas desde el complejo vacacional de Sharm el-Sheikh en 2015, matando a 224 personas.
Wilayat al-Sinai es una de las docenas de afiliados de ISIS establecidos en Medio Oriente desde 2014. Como en otros lugares, los líderes del autoproclamado Califato utilizaron un grupo local existente como base para su expansión. Pero mientras que otras “gobernaciones”, como las de Libia y Argelia, han sido eliminadas casi por completo, el ISIS en Egipto continúa teniendo un poder de ataque realmente de temer. El ataque del viernes trágicamente así lo demuestra.
Por otro lado, el “rival” del ISIS en la región, la organización terrorista Al-Qaeda, cuenta con líderes egipcios (Ayman al-Zawahiri y Saif al-Adel) que hace tiempo están intentando fortalecer su presencia en la región. Al-Qaeda ataca generalmente personal militar, policías o funcionarios, pero no a los musulmanes ordinarios -ni siquiera a los sufíes, como hace el ISIS- como parte de una estrategia por alcanzar los “corazones y mentes” diseñada por al-Zawahiri.
El Sinaí se ha convertido así en un lugar privilegiado para las operaciones insurgentes. Desde la caída de Mubarak en 2011, el clima de agitación, los vacios de poder y seguridad y la liberación de miles de militantes islamistas encarcelados contribuyeron a este escenario. Si a esto sumamos el flujo de armas provenientes de Libia –donde se “saqueron” los arsenales de Muamar el Gadafi-, las autoridades egipcias se encuentran desbordadas, sin la capacitación y el presupuesto necesarios.
Según Jason Burke, analista de The Guardian, “una esperanza es que las muertes del viernes no sean en vano. Un ataque en 1997 en Luxor mató a más de 60 turistas extranjeros, paralizó la industria del turismo y consternó a los egipcios. Movió a la opinión pública en contra de los extremistas, limitando el reclutamiento y la recaudación de fondos, al tiempo que aumentó el apoyo para una campaña antiterrorista fortalecida. Fue un punto de quiebre”.
Y concluye: “La campaña contra los extremistas en Egipto necesita desesperadamente uno nuevo”.