Por Damián Szvalb / @DamianSz
Como muchos anticiparon, Donald Trump ya se encontró con límites institucionales y políticos en su primer mes de gestión. Entre los institucionales, el más contundente fue el freno que la Justicia le puso a su Orden Ejecutiva que prohibía la entrada de ciudadanos de siete países musulmanes. El límite político más visible hasta ahora es el que los servicios de inteligencia y varios dirigentes de su propio partido le están poniendo a su relación con el presidente ruso, Vladimir Putin.
Durante la campaña, Trump elogió el liderazgo de Putin y su capacidad de controlar un país tan complejo como Rusia. En ese momento ambos acordaron que iban a normalizar la relación entre sus países y buscar una cooperación constructiva. Y también hubo promesas más concretas: Trump le aseguró que si llegaba al gobierno iba a colaborar con Moscú en la guerra siria, que relajaría la presión de Washington por Ucrania y hasta cuestionó el rol de la OTAN.
Trump se acercaba a Putin por varias cosas. Admira su política de hechos consumados y su forma de administrar el poder dentro y fuera de su país. También porque eso irritaba a Hillary Clinton y a Barack Obama en medio de la campaña. Ambos ven en Putin un líder que desprecia la legalidad internacional y los derechos humanos. No hay mucho que discutir sobre eso. Trump les decía que él sabía cómo tratarlo.
Pero luego de ganar las elecciones y todavía más cuando asumió hace un mes, la estrecha relación entre Trump y Putin le está trayendo serios problemas a los dos. Para Trump, el más grave fue la caída del Consejero de Seguridad Nacional, Michel Flynn, que tuvo que ser despedido, o invitado a renunciar, por mentirle al presidente y a su vice, Mike Pence, sobre su relación y sus diálogos con el embajador ruso en Washington. Se sospecha que estaba gestionando el quite de las sanciones por Ucrania. Otro golpe fue cuando el servicio de espionaje estadounidense reveló que hubo contacto entre los miembros del equipo de Trump y funcionarios rusos durante la campaña electoral. Las posibilidades que Trump haya estado al tanto de los ciberataques a las computadoras demócratas son cada vez mayores.
Todas estas situaciones terminaron de convencer a los que ya estaban convencidos de que Putin se estaba inmiscuyendo más de lo aceptable en la política exterior norteamericana y, más grave aún, en la política doméstica. Ahora, los servicios de Inteligencia, la prensa y los demócratas están mucho más atentos ante cada movimiento de Trump y de Putin. Pero no solo ellos. También los republicanos se empiezan a asustar y están decididos a frenar esto usando su poder en el Legislativo y en la Justica.
En definitiva, Putin y Rusia se han convertido en el centro de atención de todo el poder político estadounidense. Y tanta exposición a Putin no le gusta y no le conviene. Sabe que los republicanos no soportarán que un presidente de su propio partido le haga las cosas sencillas. Por eso, es probable que ya esté extrañando a Obama. No es para menos. Tiene muy fresco el recuerdo de lo que fueron los últimos años. Obama le hizo todo fácil, lo que le permitió a Putin cumplir con todo lo que se propuso.
Putin hizo lo que quiso para quedarse con Crimea frente a la pasividad occidental (Estados Unidos más la Unión Europea). Pero no solo eso. También está acusado de derribar un avión de pasajeros sobre Ucrania y de proteger a Edward Snowden, el hombre que desnudó a la diplomacia norteamericana. Y lo más grave de todo: Putin bombardeó indiscriminadamente Siria para mantener en el poder a Bashar Al Asad. Si, Al Asad, él que al usar armas químicas contra la población civil, había traspasado la línea roja que Obama le había marcado. Pero Obama no hizo nada. Putin sí: consolidó su alianza con el líder sirio.
El último gran aporte de Obama a los intereses rusos fue el acuerdo nuclear con Irán que le permitió a ese país volver a jugar en el tablero del Medio Oriente y convertirse en aliado de Putin para manejar a gusto la crisis en Siria. Todas estas acciones reconfiguraron las relaciones de poder en Medio Oriente en detrimento de los intereses de Estados Unidos y de sus aliados en la región. Los Republicanos hicieron todo lo posible para frenar el acuerdo con Irán pero no pudieron. Ahora intentarán atenuarlo.
Muchos críticos de Obama resumen así lo que pasaba: mientras Putin seguía adelante con su efectiva política de hechos consumados, la administración Obama se perfeccionaba en el arte de redactar comunicados condenando las violaciones al derecho internacional de los rusos. Comunicados y gestos diplomáticos por un lado, bombardeos indiscriminados por el otro.
Lo que sí pareció enfurecer a Obama fueron los ciberataques contra el partido demócrata que perjudicaron, aún más, la campaña de Hillary. El castigo fue expulsar a 35 diplomáticos rusos cinco minutos antes de dejar el poder. Esta fue quizás la acción más fuerte en sus ocho años de gobierno contra la avanzada rusa. Obama sí fue muy duro con Putin declarativamente. No perdió oportunidad de marcar las diferencias de valores, en la defensa de los derechos humanos y la libertad de expresión.
Siria, Irak, Ucrania fueron los escenarios del despliegue ruso. Por más simpatía que se tengan en lo personal, y más allá de la admiración mutua que parecen profesarse, es muy difícil imaginar que Trump pueda mostrarse tan pasivo como su antecesor ante la avanzada de Putin. Pero no por él. Los republicanos en el Congreso no permitirán que el poder ruso se siga expandiendo a expensas de los intereses norteamericanos. Mucho menos cuando el presidente es de su partido. Putin lo sabe y por eso ya extraña a Obama.