Por Carlos Segalis.
En una reciente columna semanal, nos referimos al hecho de que la tibieza con la que el presidente estadounidense, Donald Trump, había condenado a los grupos supremacistas y neonazis luego de los incidentes de Charlottesville, le había valido una rebelión (al menos a través de declaraciones públicas) de los principales jefes militares norteamericanos: los generales y almirantes responsables de las Operaciones Navales, el Cuerpo de Marines, el Ejército y la Fuerza Aérea, además del jefe de la Guardia Nacional.
Sin embargo, como contrapartida de este distanciamiento, el anuncio el lunes por la noche de una nueva estrategia militar de EEUU en Afganistán parece confirmar una inédita influencia de sectores castrenses en la esfera del poder ejecutivo norteamericano. El anuncio de que las fuerzas armadas permanecerán combatiendo en territorio afgano tras 16 años de conflicto vendría a revelar la preeminencia de las posturas de los exoficiales militares que rodean a Trump por sobre las del propio presidente -si es que nos guiamos por sus posiciones durante la campaña-.
Pero, ¿quiénes son estos actores? Entre los principales oficiales en puestos clave de la administración Trump se encuentran el Consejero de Seguridad Nacional -teniente general H.R. McMaster- y el Secretario de Defensa -James Mattis, el primer general a cargo del Pentágono en más de medio siglo-. Se trata de quienes, precisamente, diseñaron esta estrategia que incluye el envío de hasta 4.000 militares adicionales a Afganistán para apoyar a las fuerzas locales a combatir a los talibanes e impedir el avance de ISIS y Al-Qaeda (éstas al menos son las razones oficiales).
Un tercer militar en una alta posición de poder es el general John Kelly, quien asumió el mes pasado como Jefe de Gabinete para “ordenar” una Casa Blanca plagada de intrigas palaciegas, escándalos públicos y filtraciones de información a la prensa. Según revelaron los principales medios estadounidenses, Kelly ya impuso un estricto régimen de reglas y límites para las visitas a Trump, además de anotarse una victoria con la renuncia de Stephen Bannon la semana pasada –el ex Estratega Jefe opuesto al intervencionismo americano en Oriente Medio-.
“Esta es la única vez en la historia presidencial moderna que hemos tenido un pequeño número de personas del mundo uniformado con esta influencia sobre el poder ejecutivo», dijo al Washington Post John E. McLaughlin, ex director de la CIA que sirvió en siete administraciones. “Ahora están jugando un papel extraordinario”, agregó. Ese rol, frente a la conducta impulsiva y temperamental de Trump, parece apaciguar los temores del establishment tanto republicano como demócrata, siempre ansioso por observar cierta coherencia estratégica más allá de la alternancia en el poder.
Otros sectores –definitivamente liberales y más progresistas- están extremadamente preocupados, al observar una victoria histórica del complejo industrial-militar estadounidense sobre el campo político. El gobierno civil, dicen, se asemeja cada vez más a una fachada, y el resultado de este proceso puede acarrear resultados impredecibles –más impredecibles aún que la personalidad de Donald Trump-.