Por Damián Szvalb / @DamianSz.
Donald Trump es la primera persona que para llegar a a la Casa Blanca le tuvo que ganar a los demócratas y a los republicanos. Haya sido o no una estrategia planificada el día que decidió lanzarse a la carrera electoral, le salió perfecta. Entendió que esa era la única manera que tiene un outsider de la política de llegar a presidente. Ningún candidato independiente ha tenido éxito compitiendo contra las dos tremendas estructuras partidarias de los partidos tradicionales de la política norteamericana. Trump se metió dentro de la republicana y la doblegó. A la demócrata le ganó sacándole un electorado clave que se cansó de ser ninguneado por Obama en sus 8 años de gobierno.
Hasta se podría decir que le costó más ganarle a los republicanos que a Hillary Clinton. El partido no se la hizo fácil y lo desafió. Trump le ganó dos veces. Las primarias fueron el primer round. Ahí dejó en el camino a todos a los demas precandidatos. Siempre parecía que el partido se iba a unir o a conspirar para frenarlo. Si lo hicieron les salió muy mal.
Una vez proclamado candidato, la mayoría de sus antiguos rivales se ocuparon de seguir desgastándolo y figuras preponderantes de los republicanos en el Congreso como Paul Ryan hicieron todo lo posible para que perdiera con Clinton. Pero al decidir dejarlo solo, terminaron ayundándolo a captar el voto anti establishment, que incluye a todos los que toman decisiones en Washigthon, estén o no en la Casa Blanca. Trump les ganó el segundo round.
Pero esta batalla puede no terminar acá. A pesar de haberse convertido en presidente, parecería que Trump no puede quedarse tranquilo. Todo indicaría que ahora sí, sus socios republicanos deberían brindarle el apoyo desde la estructura del partido y sobre todo desde el Congreso, donde dominan ambas cámaras. Pero se corre el riesgo de que seamos testigos de un tercer round, mucho mas peligroso que los dos anteriores. Sobre todo para Trump. Lo que estaría en juego ahora es la gobernabilidad del país mas poderoso del mundo.
Si bien las señales en este inicio de la transición parecen indicar que todos están buscando un equilibrio político para la convivencia, hay muchos elementos que podrían dinamitar la relación y generar una disputa de poder con consecuencias graves para la estabilidad del gobierno. Trump no solo no es un hombre del partido sino que llegó a presidente sin deberle nada a la dirigencia de los republicanos. Pero sí a quienes lo votaron: por eso deberá darles señales rápidas porque, mas temprano que tarde, demandarán que sus promesas se empiecen a cumplir.
Y muchas de ellas, como rechazar o desarmar acuerdos de libre comercio dejándole a China el camino despejado para que siga su expansión económica, mantener una política hostil frente a los inmigrantes y acercarse demasiado a la Rusia de Putin, podrían ser decisiones intolerables para el establishment republicano. En el caso de que Trump se les vaya de control se podrían activar dos escenario. El menos malo es que desde el Congreso el partido le paralice la gestión trabando o cajoneando leyes. El peor seria que sus socios busquen la manera de sustituirlo por un dirigente cercano al aparato del partido. Necesitarían razones para impulsar, por ejemplo, un proceso de impeachment. Trump deberá ser muy prolijo a la hora de gobernar. Lo estarán mirando desde muy cerca.