Por Daniel Montoya (*) / @DanielMontoya_
«Trump armó un gabinete de multimillonarios.» «Trump quiere construir un muro.» «Trump frenará el libre comercio.» En estos términos, escuchamos a líderes y referentes de la opinión pública mundial aproximarse al fenómeno Trump con estupor. Es evidente que la mayoría aguardaba que las cosas continuaran más o menos igual. Incluso hasta parecería que los americanos nunca se imaginaron a este presidente y que sus votos provinieron de Júpiter. En este aspecto cabe concluir que los automatismos que suele mencionar el neurólogo Manes, le jugaron a muchos una mala pasada. En especial, ello los condujo a desechar información y eliminar la historia de los vaivenes habituales del sistema político estadounidense.
Hace tiempo que los encuestadores incluyen en sus informes el balance entre continuidad y cambio. En ese aspecto, la crónica estadounidense reciente no es tan compleja. De los últimos 36 años, 32 transcurrieron bajo 4 administraciones inmutables en su fórmula electoral, pero donde la alternancia entre demócratas y republicanos implicó una profunda rotación de protagonistas políticos. Mientras que en las gestiones demócratas predominaron figuras de extracción político-gubernamental, académica o diplomática, en los gobiernos republicanos prevalecieron personajes provenientes del mundo financiero y de los negocios como los ratificados por Trump. Con algunas excepciones. Así como el republicano Reagan tuvo un secretario del Tesoro de extracción política como Baker, el demócrata Clinton optó para esa posición por un ex Goldman Sachs como Rubin.
Trump no será el primero ni el último presidente que no podrá cumplir una promesa central de campaña. La recuperación de los puestos de trabajo de la industria manufacturera que se fueron a China o México fue parte del folklore de una campaña diseñada para ganar. En función del creciente proceso de automatización industrial, una porción de esos empleos de cuello azul se evaporaron, y los que quedan en pie en el extranjero tienen salarios que en Estados Unidos no permitirían cubrir los gastos básicos. En ese sentido, las referencias puntuales en su discurso inaugural no pueden más que tomarse como un debido tributo a los Estados del medio oeste que le abrieron la puerta a la victoria tras una sequía partidaria de 30 años en esa región. En el plano real, ese mundo manufacturero casi no existe en Estados Unidos. Y un gabinete business friendly como el de Trump, con gente acostumbrada a pagar sueldos, sabe mejor que nadie que es imposible encender de nuevo las chimeneas de Ohio o Pensilvania.
Sin embargo, Trump no escapará del molde republicano en su eje fundacional empresarial y de negocios. Desde aquella matriz, su gobierno proyectará su visión del mundo. Honrará a su base electoral con proyectos militares y de obra pública faraónicos, así como con reducciones impositivas y desregulaciones orientadas a mejorar el clima de negocios, repatriar capitales e invocar el espíritu animal de los empresarios. En ese aspecto no hubo nada políticamente más genuino en su arenga inaugural que su invocación a la acción. El Partido Republicano es el partido de los negocios, sean impulsados desde las arcas del Estado o a partir del bolsillo de los emprendedores. Ahora resta ver si su gobierno tendrá la categoría de la gestión Reagan o el aplazo de la administración Bush (h.). Será difícil que le vaya tan bien, también tan mal.
(*) Politólogo.
Fuente: La Nación.