Desde hace semanas, Arabia Saudita, con apoyo de Emiratos Árabes, Bahrein y Egipto, decidió poner en jaque a Catar. Los cuatro países rompieron vínculos con dicho país, al que acusaron de apoyar al terrorismo, pero al que en esencia le cuestionan su afinidad con Irán. Desde entonces, establecieron un listado de condiciones que Catar debería cumplir para reestablecer relaciones. Sin embargo, Catar no accedió y, lejos de cumplirlas, las desafió, afirmando que tenían reservas de sobra para enfrentar los bloqueos económicos impuestos.
Probablemente a partir de esta actitud catarí y de la presión de la comunidad internacional para resolver esta cuestión, Arabia Saudita parece haber reconsiderado la situación y en consecuencia presentó una nueva lista de condiciones, bastante más vaga y fácil de cumplir por parte de Catar. Ahora todo quedó limitado a exigir a Catar el compromiso de dejar de asistir a agrupaciones terroristas y la presentación de un plan concreto para poner en práctica dicho compromiso. Pero ya no se habla de su vinculación con Irán ni de cerrar la cadena televisiva Al Jazzera.
La zona del Golfo Pérsico, especialmente inestable hace algunas décadas, es de vital interés para la comunidad internacional. La riqueza de sus países hace imperioso evitar la escalada de todo tipo de conflictos.
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