Donald Trump tiene una extraña característica que escasea entre los políticos: querer cumplir cada una de sus promesas de campaña. Durante el proceso electoral, una de sus más resonantes promesas había sido el traslado de la embajada estadounidense en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, lo cual recibió el rechazo profundo de todo el mundo musulmán y puso en alerta a las potencias occidentales. Parece que llegó el momento de cumplir con dicha promesa.
El traslado, aprobado en 1995, siempre fue postergado por cada uno de los presidentes, conocedores de lo sensible de la medida. Incluso Trump postergó la decisión meses atrás. Pero ahora todo parece indicar que el presidente estadounidense pateará el tablero de Medio Oriente y le pegará al mundo musulmán allí donde más le duele: reconocer que Jerusalén es de Israel. La ciudad es considerada sagrada para musulmanes, judíos e incluso cristianos, y fue siempre el gran foco de conflicto entre Israel y Palestina.
Desde el mundo musulmán, con mayor o menor vehemencia, no tardaron en llegar las voces de rechazo. Turquía amenazó con romper relaciones con Israel, Irán manifestó su ira, la Autoridad Palestina solicitó la intervención de la comunidad internacional, Egipto y hasta Arabia Saudita llamaron a la reflexión y, desde ya, los grupos musulmanes más violentos ya se alistaron para defender lo que consideran propio. Entre las grandes potencias, China, Alemania y Francia ya anunciaron públicamente que la decisión de Trump puede tener consecuencias impensadas y llamaron a respetar lo dispuesto por las resoluciones de Naciones Unidas. Hasta el papa Francisco trató el tema en su audiencia pública de los miércoles y pidió no avanzar con medidas que atentan contra la paz.
¿Qué hará Trump? En las próximas horas lo sabremos. De avanzar con semejante respaldo a Israel, en Medio Oriente, ya convulsionado por la creciente tensión entre Irán y Arabia Saudita, se encenderá la mecha más peligrosa. De mantenerse solo en una amenaza, el mundo respirará aliviado, pero Trump quedará en una posición incómoda ante los grandes líderes del mundo y defraudaría a su socio Benjamin Netanyahu. Todo indica que ya es demasiado tarde para dar marcha atrás sin quedar expuesto y dar una fuerte señal de debilidad.
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