Si bien la primera intervención de Trump en el plano militar internacional había sido en enero en Yemen, el reciente bombardeo de objetivos sirios es definitivamente la presentación oficial del magnate como líder mundial. Estados Unidos atacó objetivos militares de Siria (que aparentemente contenían armas químicas) con 59 misiles, dejando siete muertos y casi diez civiles. Lo hizo en represalia por el ataque químico que el régimen de Siria habría perpetrado días atrás en la ciudad de Idlib.
Con esta decisión, Donald Trump decidió bombardear el tablero de la política internacional. El presidente estadounidense decidió ponerse al frente de las potencias occidentales y fue contra Bashar Al Asad, el cuestionado presidente sirio, al que la comunidad internacional entera menos Rusia acusa de haber utilizado armas químicas contra los rebeldes que atentan contra su gobierno. La decisión de Trump rompe con varias tesis, algunas propias y otras ajenas. La primera, propia, es que en campaña había prometido no involucrarse en conflictos más allá de la frontera estadounidense. La segunda, ajena, la que indicaba que Rusia y Estados Unidos tendrían una relación más amistosa que durante la administración Obama.
Con esta medida, Trump acomoda el tablero internacional a lo que históricamente conocemos, y que al principio de su gestión se había puesto en duda: Estados Unidos estará, como siempre, del lado de las potencias occidentales. Gran Bretaña y Francia siempre reclamaron a Obama un mayor involucramiento en la cuestión de Siria, en la que Rusia aparecía como el actor más importante. Trump los sorprendió y les dio lo que Obama no.
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