Donald Trump sufrió el mayor golpe de su corta gestión: debió retirar su proyecto de reforma sanitaria de la consideración del Congreso para evitar una derrota legislativa. Lo llamativo es que su reforma se cae por falta de apoyo entre los legisladores republicanos: en esta cuestión los demócratas no apoyaron, como era de esperar, pero no son los responsables del fracaso.
A poco más de dos meses de asumir, Trump colecciona ya varios fracasos. Los sendos bloqueos judiciales a sus dos vetos migratorios fueron apenas la entrada de un plato principal rimbombante: este rechazo a su reforma sanitaria.
Queda así al descubierto la interna feroz dentro del partido republicano. Varios legisladores no comulgan con el presidente, al punto de hacer naufragar su reforma más importante, vital para la salud de su gobierno. A esto se suma la pésima relación que el presidente tiene con el líder de los republicanos en el Congreso, Paul Ryan.
Trump queda en una situación de extrema debilidad. A nivel local, se muestra como una figura incapaz de disciplinar a sus propios correligionarios y pierde imagen positiva a pasos agigantados, incluso entre sus votantes. En el plano externo, un presidente débil en la local jamás podrá imponerse como líder mundial. Considerando que se trata de Donald Trump, esta situación puede disparar una estrategia muy agresiva en el campo bélico internacional, con el objetivo de compensar la falta de protagonismo y de demostrar una fortaleza que, hoy en día, no tiene.