Por Damián Szvalb / @DamianSz.
Cuando faltan dos semanas para las elecciones en Brasil, la incertidumbre que domina la política y la economía de ese país cubre también a toda Latinoamérica. Más aún, como pocas veces en la historia, el resultado de esos comicios podría tener un impacto decisivo, quizás más político que económico, en varios países de la región.
El próximo gobierno deberá sacar a Brasil de la severa crisis política que atraviesa. Luego del impeachment y la posterior caída de Dilma Rouseff, el gobierno de Michel Temer nunca pudo afirmarse y su popularidad, en los mejores días, apenas llegó al 10 por ciento. Por eso renunció rápidamente a buscar una reelección y se dedicó a hacer todas las reformas que el mercado impone y que siempre generan tensiones sociales y políticas.
Según marcan las últimas encuestas, quien sea electo presidente deberá gobernar un país cada vez más dividido: el próximo 7 de octubre quedarán en pie para disputar el balotaje los dos candidatos que expresan dos polos: por un lado Fernando Haddad, el elegido por Lula para intentar que el PT vuelva a poder, y por el otro Jair Bolsonero, un ex militar de extrema derecha que se caracteriza por sus expresiones homofóbicas, racistas y en favor de la tortura.
El gran derrotado de toda esta es historia es el establishment o círculo rojo brasilero. Su candidato, Geraldo Alckim, del PSDB, no levanta y cada día que pasa se alejan un poco más sus posibilidades de entrar en una segunda vuelta. Primero apostaron por la continuidad de Temer, a quien sostuvieron en el gobierno para hacer todas las reformas económicas que el círculo rojo necesitaban luego de la larga década de Lula y Dilma. Alckim rechaza tanto el populismo de Lula como la anti política de Bolsonaro. El establishment le teme a las dos cosas.
Pero parece que el electorado brasilero piensa otra cosa. Parte de la población añora los años de la expansión económica y de inclusión social durante los gobiernos de Lula. Esto se exacerba cuando se compara con el deterioro de la situación social actual. Al mismo tiempo, la imposibilidad de Lula de presentarse le agrega mayor dramatismo político a este proceso electoral ya que el ex presidente, hoy preso, apuesta a transferir su popularidad a Fernando Haddad, su hasta ahora candidato a vice, quien encabezará la fórmula del PT. Ya tuvo éxito con Dilma.
Otro sector importante de la sociedad rechaza todo lo que tiene que ver con Lula y el PT. Describen a sus políticas como irresponsables. Los casos de corrupción que acompañaron ese periodo y que llevaron a Lula a prisión les han dado un argumento sólido para militar contra cualquier posibilidad de regreso del pasado reciente.
Muchos de ellos son los desencantados de la política y tienen en Bolsonaro un candidato que encabeza todas las encuestas con una intención de votos del 26 por ciento. Si bien es diputado hace mucho tiempo, es considerado un outsider de la política, por lo que busca aprovechar el desprestigio de los candidatos del establishment como Alckim y, sobre todo, que Lula esté en la cárcel y no pueda competir.
Las tensiones pre electorales que se viven en Brasil y las divisiones políticas se reflejan también en otros países latinoamericanos. La depresión económica que afecta a la región envalentonó a quienes dominaron la política y los gobiernos en los primeros años del siglo. Ni los casos de corrupción pueden detener las ambiciones para volver a ser. Ven gobiernos muy debilitados, sin ninguna receta original para salir de la crisis económica que atraviesan.
La performance de Bolsonaro ya es impactante: disputará un balotaje y tiene grandes posibilidades de ganarlo. Su aparición demuestra que en el país más importante de América del Sur también hay espacio para que aparezcan líderes que, utilizando discursos nacionalistas, xenófobos y anti políticos, se transformen como alternativas de poder serias. Eso sí, utilizando la política y las herramientas de la democracia para llegar al poder. Europa sabe bien de qué se trata esto.
En definitiva, el resultado de las elecciones en Brasil podría marcar el futuro inmediato de muchos países en la región. Allí conviven las mismas tensiones que en Brasil, entre un pasado reciente que quiere volver para restaurar las políticas sociales inclusivas y un presente que busca salir del despilfarro y la corrupción populista. Y mientras la grieta se profundiza, la anti política avanza y demuestra que en un clima de creciente desilusión ciudadana no es tan difícil conseguir un candidato.