El martes Donald Trump decidió echar al director del FBI, James Comey, bajo el argumento de la necesidad de forjar un nuevo liderazgo al frente de la entidad. Sin embargo, todas las sospechas apuntan a que el verdadero motivo sería que el FBI está manejando información muy comprometedora para Trump, por su vinculación con el régimen de Vladimir Putin durante la campaña presidencial, que tuvo como episodio más relevante la filtración de emails de Hillary Clinton, aparentemente a manos de hackers rusos.
Trump, en un accionar poco usual para un presidente de Estados Unidos, amenazó por Twitter a Comey, sugiriendo que podría contar con cintas comprometedoras si el ex director del FBI filtraba información a la prensa. Además, expuso la posibilidad de que esté grabando los encuentros privados que mantiene en la Casa Blanca, lo cual ya en sí solo constituiría un escándalo.
Para colmo de males, la unidad de delitos financieros del Departamento del Tesoro accedió a brindar información sobre los vínculos financieros entre las empresas de Trump y Rusia al comité de investigación compuesto por el Senado y el Departamento de Justicia.
El cimbronazo político en Washington es mayúsculo. La sospecha de que Comey podría complicar seriamente la situación del presidente hace recordar a la situación vivida por el presidente Nixon, con el Watergate. Trump parece sumamente preocupado por la situación y hasta legisladores de su propio partido, el Republicano, quieren avanzar sobre la investigación.