Por Zoom Internacional / @ZoomInter
Hace ya casi un año, Estados Unidos dejaba luego de 20 años territorio afgano, en medio de una operación desprolija, que muchos podrían considerar uno de los peores papelones de la potencia en el escenario internacional reciente. El Talibán llegaba al poder, luego de años de enfrentamiento con el gobierno local. Todo retrocedía dos décadas. Las expectativas sobre el nuevo gobierno talibán eran pocas, pero sí se esperaba que algunos avances que la sociedad había experimentado en estos 20 años, no sufrieran retrocesos.
El caso más emblemático, quizá, era el de los derechos de las mujeres. Por su cultura y por la particular interpretación de la ley islámica (la sharía), para el Talibán las mujeres son poco más que “personas con vagina”, frase con la que ellos mismos se refieren a las mujeres. Para ellos son personajes de segunda clase, que poco tienen para aportar a la sociedad y que en general intentan provocar a los hombres. Pero la presión internacional hizo que, ni bien llegados, los talibanes prometieran que la vida de las mujeres no sería como durante su gobierno de 1996-2001 y que respetarían los avances alcanzados durante los 20 años posteriores. “Las mujeres estarán felices de vivir bajo el marco de la sharía”, aseguraban las nuevas máximas autoridades por agosto de 2021. La necesidad de contar con el apoyo internacional en el inicio de su nueva gestión todo lo podía. Se esperaban grandes desembolsos de dinero y cualquier manifestación clara en favor de la violación de derechos humanos, bloquearía cualquier apoyo. Sin embargo, nada de eso sucedió. El mundo no destrabó ayuda económica para el flamante gobierno, y el Talibán tampoco se mostró contemplativo con las mujeres.
En beneficio del Talibán, cierto es que el mundo no tardó mucho en entrar en una peligrosa espiral de complicaciones que aún hoy parece solo iniciarse. Las consecuencias de la pandemia empezaron a hacerse cada vez más notorias en la economía. Como si fuera poco, la invasión rusa a Ucrania completó un panorama desolador. La consecuencia, lógica, fue el reposicionamiento de Afganistán en el ostracismo absoluto, si consideramos la agenda de las grandes potencias del mundo. El Talibán, entonces, dispuso de terreno libra para aplicar su interpretación de la sharía, la versión más extrema en todo el mundo islámico.
Hoy, 11 meses después de aquella promesa, las mujeres prácticamente carecen de derechos. El Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio dispuso que las mujeres deben cubrir de manera obligatoria la totalidad de su cuerpo, incluido el rostro. No pueden mostrar ni los tobillos. No hacerlo puede traer consecuencias dramáticas, pero no solo para ellas: su pariente varón más cercano puede ir a la cárcel. De hecho, se animan a sugerir que el burka (idealmente de color negro) es la prenda ideal para cumplir de manera sencilla con esta regulación y evitar problemas. La vestimenta es quizá el cambio más drástico y visible si comparamos con el Afganistán previo a esta nueva era del Talibán. Pero no es el único, ni el más dramático.
Ya no hay lugar para las niñas mayores de 12 años en las escuelas. Oficialmente, el gobierno está diciendo que las escuelas carecen de infraestructura que permita a las niñas estar protegidas de los varones. Es decir, no disponen de aulas ni de baños solo para niñas. Lo cierto es que, con este pretexto, las niñas afganas solo pueden recibir su formación primaria.
Las mujeres tampoco pueden trabajar. Solo se les permite realizar algunas tareas de cuidado y asistencia sanitaria sobre otras mujeres. Tampoco pueden visitar espacios recreativos libremente: pueden hacerlo solo tres veces a la semana, siempre supervisadas por la policía religiosa. No pueden alejarse de sus casas si no están acompañadas, ni compartir un espacio exterior con hombres. Una recomendación oficial explica, seguramente, de manera más gráfica lo que aquí se relata: si no tienen algo importante para hacer fuera de sus casas, lo mejor que pueden hacer es quedarse en sus casas, es lo mejor para ellas. Probablemente no haga falta aclararlo: tampoco pueden hacer deportes, en particular porque para realizarlo deberían mostrar partes de su cuerpo y asumir posiciones consideradas “indecorosas”. Tampoco tienen visibilidad en la televisión: ya no hay presentadoras mujeres y hay una estricta recomendación a los canales de no emitir imágenes de mujeres. Con este panorama, no faltará mucho para el Talibán vuelva a las prácticas de lapidaciones públicas de las mujeres, por cometer faltas a lo descripto más arriba (si es que ya no están implementándose).
El mundo está en su mundo. Pandemia, guerra, inflación. Es entendible. Todos saben lo que sucede en Afganistán, básicamente porque nadie tomó en serio las promesas hechas allá por agosto pasado. Al mundo entero le convenía creerlas (era una manera de justificar la salida de la coalición internacional), como le conviene hoy mirar para otro lado. La mujer en Afganistán, prácticamente, no reviste la consideración de ser humano. No es parte de la sociedad. Es casi una manifestación de la naturaleza con la que solo hay que lidiar. Muchas, solo esperan su muerte, cuando no tratan de forzarla.
¿Hasta qué punto es respetable una cultura ajena cuando entra en clara colisión con los derechos humanos? La respuesta parece simple, pero no lo es. Lo que sí queda claro es que deberíamos cuestionar si existe tal cultura: las mujeres no desean vivir como viven, y muchos padres no quieren esta realidad para sus niñas. Es decir, no hay una cultura generalizada que comparta y acepte tal situación. Lo que hay es un gobierno que impone su visión de la cultura afgana, que no es lo mismo. Mientras tanto, generaciones enteras de mujeres afganas verán pasar su vida sufriendo serias violaciones a los derechos humanos, justificadas en la cultura de un país gobernado de una manera que no encuentra parangón ni siquiera en el propio mundo musulmán.
Nota original: ElArchivo.com