Con el auspicio de Turquía y Rusia, el apoyo de Irán, y una marcada pasividad del mundo occidental, representantes del régimen sirio de Bashar Al-Asad y de los rebeldes retomaron el camino de las negociaciones luego de nueve meses de parate absoluto.
El objetivo inmediato de las conversaciones en Astaná radica en el sostenimiento del alto el fuego decretado a fines de 2016, violado en varias ocasiones por ambos bandos, y el diseño de un camino por el cual transite la negociación. Para el nivel de enfrentamiento registrado en el último año, la consecución de este objetivo sería un gran avance. Con miras al futuro, los rebeldes aceptarían la continuidad de Al-Asad en el poder sólo si éste queda excluido de la transición hacia el próximo gobierno.
Un dato clave de esta situación involucra a los dos países que la auspician. Rusia y Turquía decidieron dejar las diferencias de lado para avanzar en una resolución. Concretamente, Turquía debió aceptar que la opción de una salida al conflicto con Bashar Al-Asad fuera del gobierno no es viable.
El avance de las negociaciones confirma el creciente rol de Rusia en la política internacional, en especial la de Oriente Medio, y desdibuja aún más a un Estados Unidos que bajo la administración Obama decidió no involucrarse activamente en el conflicto.