En una de sus últimas medidas relevantes al frente del gobierno estadounidense, el expresidente Barack Obama decidió expulsar del país a 35 diplomáticos rusos y confiscar dos mansiones utilizadas por el gobierno ruso en Maryland y Nueva York. Esa había sido la respuesta de su gobierno a la confirmación de la intromisión rusa en las elecciones presidenciales de 2016, que para la CIA es un hecho confirmado.
Rusia respondió a la medida con tranquilidad, sabiendo que quien disponía esa afrenta estaba dejando el gobierno, y esperanzado en que la nueva administración diera marcha atrás. Sin embargo, Trump no revirtió lo dispuesto por Obama, y ahora Rusia, más seis meses después de aquel episodio, comenzó a meter presión a Donald Trump, para que a la brevedad revoque la decisión de Obama.
Más allá de esta cuestión particular, lo que queda claro es que nuevamente Rusia encuentra margen para someter a presión a Trump. Putin sabe perfectamente si débil situación a nivel local, con un rechazo en la opinión pública superior al 50%, y aprovecha estas cuestiones para exponerlo aún más: si Trump levanta las sanciones, cede ante Rusia; si no lo hace, suma otro foco de conflicto a la ya compleja relación con el Kremlin.
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