Brasil no logra terminar con su crisis institucional. El escándalo conocido con Lava Jato, que terminó con la destitución de Dilma Rousseff, disparó un sinfín de denuncias de corrupción que han tocado a gran parte de la dirigencia política. Michel Temer no fue la excepción y su presidencia, si bien absolutamente legal, siempre careció de legitimidad social.
El escándalo generado por la salida a la luz de un audio en el que Temer aprobaría el pago de sobornos para que el ex presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, guardara silencio en la cárcel donde cumple la condena justamente por su participación en el Lava Jato, es mayúsculo. Temer ofreció un mensaje a la población ayer, en el que anunció que no renunciará. Sin embargo, existe bastante consenso sobre la inexorabilidad de la salida del vicepresidente devenido en presidente.
Temer intenta convencer a la población de que la voz que se oye en el audio no es la suya. Además, públicamente sostuvo que no tiene nada que ocultar. Ambas parecen ser estrategias para ganar tiempo, analizar cómo avanza la cuestión y eventualmente coordinar una salida que le ofrezca cierta protección una vez que ya no sea presidente.
Brasil se encuentra convulsionado. La incipiente recuperación económica que venía mostrando sin dudas se ve sacudida por este nuevo capítulo del gran escándalo político e institucional que sacude al país desde hace meses.
Las opciones que se abren son variadas, pero todas hacen suponer un escenario poco favorable para Temer. A pesar de la defensa pública y oficial que el presidente ofreció ayer, la condena social ya es un hecho y el final de su gobierno una posibilidad cada vez más concreta.