Por Damián Szvalb / @DamianSz.
La crisis diplomática que se ha desatado entre Turquía y Arabia Saudita a raíz de la desaparición del periodista saudita Jamal Khashoggi amenaza con complicar los planes de Donald Trump en Medio Oriente. Hoy, Estados Unidos e Israel juegan al lado de Arabia Saudita para contener la expansión iraní. Y eso es mucho decir en un Medio Oriente en donde las potencias regionales y mundiales tratan de rediseñarlo de acuerdo a sus intereses en medio de la cada vez más intensa disputa entre sunitas y chiitas.
Recordemos que la última vez que se lo vio al periodista fue el 2 de octubre cuando entró a la Embajada de Arabia Saudita en Estambul. Khashoggi era crítico con el actual Gobierno de su país y en especial con el príncipe heredero Mohamed Bin Salmán (MBS). Hace un año se mudó a Estados Unidos. Si bien las autoridades turcas en público se muestran cautas sobre el caso, en privado han transmitido a periodistas y allegados de Khashoggi la hipótesis de que el periodista fue asesinado dentro de la Embajada de Turquia. The Washington Post, medio en el que trabajaba el periodista, y la BBC han publicado que fuentes oficiales turcas aseguraron contar con material de audio y vídeo que corrobora que Khashoggi fue torturado y asesinado. Al principio, Arabia Saudita lo negaba tajantemente, ahora no tanto.
En las últimas horas aparecieron versiones periodísticas que indicaban que los saudíes están preparando un informe en el que confirmarían que la muerte de Khashoggi se produjo dentro de la embajada. Argumentarían que fue el resultado de un interrogatorio que salió mal. Es decir que reconocerían que se trató de una operación para raptar al periodista. Sin embargo, harán una aclaración: que se llevó a cabo “sin autorización” oficial. Esto permitiría acusar a miembros “descontrolados” de los servicios secretos y así proteger al príncipe heredero Bin Salmán. Parece un argumento poco creíble y que en caso de ser verdad revelaría una peligrosa falla de liderazgo. En cualquier régimen, y mucho más en los autocráticos, no poder controlar a los servicios de inteligencia en una operación de semejante envergadura es lo mismo que decir que no se gobierna.
Este caso ya se transformó en un fuerte dolor de cabeza para Washington. Trump primero soportó las presiones de senadores demócratas y republicanos para que imponga castigos a Riad. Esto fue apenas se conoció la noticia. El presidente se negó e intentó conformarlos anunciando que investigadores norteamericanos estaban trabajando para saber qué pasó.
Sin embargo, cuando las pruebas empezaron a aparecer y cuando ya nadie duda de la responsabilidad saudita en la desaparición de Khashoggi, Trump debió endurecer su discurso contra su aliado Bin Salman. Esto debe implicar un gran esfuerzo para él y sus asesores ya que este caso puede dañar las muy buenas relaciones comerciales y políticas entre Estados Unidos y Arabia Saudita. Sin duda, esto podría impactar en el equilibrio de poder regional.
Hay otro dato que también es clave y habría que tener en cuenta cuando se analicen los pasos que va a dar Trump. MBS era una apuesta importante de Estados Unidos para lograr que el férreo régimen saudita se flexibilice y se muestre más presentable para Occidente. Este intento empezó a agrietarse hace unos meses y el príncipe heredero cada vez tiene más enemigos internos que buscan desplazarlo.
A la hora de decidir hasta donde puede presionar, Trump debe tener en cuenta esta debilidad del líder saudita: parece que ya no es imprescindible. Por ahora, el presidente estadounidense es ambiguo. por un lado hizo un gesto muy fuerte e inesperado al enviar a su secretario de Estado, Mike Pompeo, a Arabia Saudita. Pero también le abrió una puerta a MBS para quitarle responsabilidad: sugirió que un grupo de matones, que actuaron por las suyas, podría haber asesinado al periodista.
Si se confirma que Khashoggi fue torturado, asesinado y descuartizado, Trump deberá hacer algo que pocas veces hace: equilibrio. Deberá condenar y sancionar fuertemente este terrible hecho para calmar el frente interno sin dañar demasiado las relaciones con uno de sus principales socios. Es inimaginable que en un Medio Oriente tan inestable y en medio de la amenaza iraní, Trump se arriesgue a romper esta alianza.
Luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 se comprobó que 15 de los 19 atacantes que estrellaron aviones comerciales en Estados Unidos eran saudíes. Sin embargo, y a pesar de lo contundente de las pruebas, el entonces presidente George Bush apuntó su represalia contra Afganistan e Irak, países a los que atacó militarmente.
En esta oportunidad, seguramente los intereses comerciales y geopolíticos tendrán mucho peso en la postura que tome Trump: sabe muy bien que al único que le conviene romper la alianza estratégica entre su país, Israel y el príncipe heredero es a Irán.