Donald Trump no logra gobernar con tranquilidad. Si bien logró cierta satisfacción y reconocimiento con algunas medidas en materia de política exterior, la política doméstica sigue siendo muy esquiva.
El despido del ex director del FBI, James Comey, le generó un problema mayúsculo. Buena parte de la clase política y de la sociedad cree que Trump tomó la decisión para evitar que Comey avanzara con la investigación sobre los vínculos del equipo de campaña de Trump y Rusia, en la previa de la elección del año pasado. Como si fuera poco, allegados a Comey sugirieron que el presidente pidió expresamente a Comey no investigar a Michael Flynn, el exasesor presidencial en materia de Seguridad Nacional, quien renunció a pocos días de asumir. Sobre Flynn pesa la sospecha de aceitados vínculos con empresas rusas en la previa de la elección de 2016.
Como si fuera poco, la reciente filtración de información sensible y confidencial sobre terrorismo a funcionarios rusos hizo estallar aún más la polémica. Trump habría revelado información secreta de los servicios de inteligencia israelíes, sobre una nueva modalidad de atentado que implementaría Estado Islámico. Más allá de la filtración en sí, y de ofrecer información a su contrapeso en el mundo, Rusia, Trump pudo haber afectado seriamente las relaciones con Israel, un aliado histórico.