Por Carlos Segalis.
A pesar de lo que podrían indicar los prejuicios sobre un país gobernado por un miembro del Partido Comunista, una de las constantes en las apariciones públicas del presidente de China, Xi Jinping, ha sido la defensa del libre comercio y la globalización –como quedó ejemplificado en su última presentación en foro Económico Global de Davos-, junto con el impulso a la integración a través de rutas, líneas férreas y vías marítimas.
Por supuesto, todavía persisten en el país asiático incontables barreras que restringen el libre flujo de bienes y capitales. Sin embargo, según explicó el profesor de política comercial en la Universidad de Cornell Eswar Prasad en una reciente columna del New York Times, China está haciendo avanzar su influencia económica y política a través de una “nueva forma de multilateralismo, en el que establece el tono y define las reglas del juego”.
La estrategia de Beijing tiene dos manifestaciones. Por un lado, China intentará cambiar las reglas del juego desde adentro, expandiendo su influencia en las instituciones internacionales existentes. Tal es el caso de su participación en la Organización Mundial de Comercio, a la que ingresó en 2001, donde se benefició del acceso a los nuevos mercados y mecanismos de disputa de controversias, sin necesariamente abrir su economía. También ha establecido alianzas con otros mercados emergentes –como India y Rusia- para aumentar su influencia en organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Por otro lado, China está avanzando en el establecimiento de sus propias instituciones internacionales, impulsando sus propias reglas de juego y reteniendo el control sobre los proyectos que impulsa. Iniciativas como el “Cinturón y Ruta de la Seda” -el plan para invertir 1 billón de dólares en infraestructura transcontinental- y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura permiten a Beijing ocultar su influencia detrás de la fachada de un gran grupo de países, a los que asigna roles significativos pero sobre los que continúa ejerciendo una presión considerable.
“El profesado carácter multilateral de sus iniciativas permite a Pekín empujar a otros países más fuertemente bajo su ala”, explica Prasad. Y agrega: “Se hace más difícil mantenerse al margen para los países que no comparten los valores de China. Muchos países que se unen a China dicen que deben hacerlo para influir en estas nuevas instituciones desde el interior y no simplemente quejarse de ellas desde el exterior”. Esta fue la justificación cuando Gran Bretaña, Alemania y Francia firmaron para convertirse en miembros fundadores del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, algo que enfureció a Estados Unidos.
Existe también otra distinción fundamental: a diferencia del financiamiento estadounidense o el de las instituciones financieras y de ayuda dominadas por Occidente, los proyectos liderados por China evitan abordar cuestiones políticas delicadas que podrían irritar a los beneficiarios de los préstamos. Así, por ejemplo, al anunciar opciones de financiamiento por 60 billones frente a los principales líderes africanos –muchos de ellos déspotas autoritarios- en Johannesburgo en diciembre de 2015, Xi Jinping fue categórico: “China apoya la resolución de las cuestiones africanas por los africanos de la manera africana”.
En definitiva: el avance geopolítico y económico de Beijing no se detendrá por asuntos “incómodos” como la corrupción, la libertad de expresión, la democracia y los derechos humanos.