Por Carlos Segalis
El triunfo inapelable del partido gobernante en las elecciones regionales venezolanas el pasado 15 de octubre, donde el chavista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) conquistó 17 gobernaciones sobre 23 en disputa, situó a la oposición del país caribeño frente a una encrucijada que no había previsto.
Más allá de una reacción inicial en la cual se esgrimió la acusación de que se había cometido fraude y el reclamo de una “auditoría total”, lentamente la opositora la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) va asumiendo que su plan para remover al presidente Maduro del poder se está convirtiendo en una verdadera quimera.
En los hechos, desacreditar los resultados de estas elecciones ya implica poner en tela de juicio la contienda por la presidencia anunciada para 2018, que bien podría ver triunfante a Maduro. Un mandatario al que, vale decir, ni la presión internacional ni los meses de masivas protestas callejeras –que dejaron casi 150 muertos como resultado de la represión- lograron remover.
En consecuencia, los líderes opositores se encuentran cada vez más enfrentados, y muchos de ellos comienzan a blandear la idea de que las urnas ya no sean un método efectivo para resistir al gobierno de Maduro. El jefe del Parlamento, Julio Borges, acusó por ejemplo al Consejo Nacional Electoral (CNE) de “seguir órdenes políticas sin ningún tipo de independencia”.
Desde la óptica de Jennifer McCoy, politóloga de la Georgia State University y exdirectora del Programa de las Américas del Carter Center, muchos opositores “creerán que ni las protestas pacíficas ni la votación pueden lograr un cambio” y, resignados, “muchos tratarán de abandonar el país o algunos, los más desesperados, se volcarán al último recurso de tomar las armas”.
En el plano económico, Venezuela se enfrenta a una profunda crisis, con una de las inflaciones más altos del mundo. Pagar sus deudas en este contexto sería prácticamente imposible. Pero la astucia de Maduro lo llevó a profundizar su alianza con el presidente ruso, Vladimir Putin, acordando una reestructuración de parte de una deuda valuada en 2.800 millones de dólares.
Con mayor oxigeno en el plano financiero, y empoderado por la victoria, Maduro comienza el final de su mandato con un brío que la oposición no supo (o no pudo) prever. Según sus propias palabras, el pueblo que respaldó a los candidatos del PSUV “le ha dado un mensaje brutal al imperialismo, a Trump, a sus aliados regionales y a la derecha local”.
A su vez, haberse confiado en una victoria anticipadamente dejó a la oposición en una incómoda situación tanto frente a sus seguidores como al mundo. “La derecha engañó a la opinión pública”, dijo Jorge Rodríguez, alcalde del distrito de Caracas y jefe de campaña PSUV. “Venezuela demostró al mundo cómo se ejerce la democracia”, agregó.
La autocrítica en la oposición venezolana comienza a aparecer más allá de las denuncias de fraude –algunos hablan de su incapacidad de movilizar al electorado, otros de una mala elección de los candidatos, otros de contradicciones entre el discurso y la acción-, pero no es posible identificar cuan profundo puede llegar, y si ésta logrará avanzar hacia mejores resultados en las urnas.
En este sentido, Henri Falcón, gobernador saliente y excandidato de la MUD por el estado de Lara –dónde perdió ante la diputada chavista Carmen Meléndez-, aseguró que “nosotros perdimos, así de sencillo y eso hay que aceptarlo porque también hay que tener gallardía”. Y concluyó: “la tragedia pudo evitarse”.
Mientras tanto, la jura de cuatro gobernadores opositores ante la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) oficialista –Laidy Gomez, de Táchira; Juan Barreto Sira, de Mérida; Alfredo Díaz, de Nueva Esparta; y Ramón Guevara de Anzoátegui- generó más divisiones en la MUD: luego de los juramentos, Henrique Capriles anunció su alejamiento del espacio.
“Yo no voy a seguir en esa Mesa, no voy a hacer parte ya mientras esté en la Unidad Henry Ramos Allup, líder del partido al que pertenecen los cuatro gobernadores”, aseguró Capriles, y pidió disculpas a los seguidores del frente opositor por lo que consideró una traición del secretario general de Acción Democrática (AD), partido al que pertenecen los flamantes gobernadores.
Y agregó: “cuando se está enfermo hay que operar y sacar el tumor. En la Unidad hay que hacer lo propio”. Desde la óptica del ex gobernador de Miranda, quien perdió por un estrecho margen las elecciones presidenciales frente a Nicolás Maduro en 2013, se trata de “una oportunidad única, histórica, para ir hacia una refundación, una reorganización de la alianza opositora”.
La renuncia de Capriles, a título personal, buscó no condicionar a su partido, Primero Justicia (PJ), que todavía pertenece a la MUD y conquistó la quinta gobernación opositora. Ramos Allup, por su parte, negó que el juramento ante la Asamblea suponga la legitimación de dicha órgano, sino que éstos actuaron así porque si no, “no era posible que asumieran sus gobernaciones”.
Finalmente, un Maduro fortalecido recibió el martes 24 de octubre en el palacio presidencial de Miraflores a los mandatarios electos y aseguró que “se inicia una nueva era de convivencia con sectores de la oposición”, en la que corresponde “construir una nueva ética política, una nueva cultura política”.
Aunque no definitiva, la victoria de Maduro en su pulseada con la MUD parece inapelable. El haber convocado a una Asamblea Nacional Constituyente en julio –a pesar de la oposición de sus detractores-, instalarla y brindarle poderes plenipotenciarios fue una jugada tan extrema como eficaz, que incluso logró menguar la protesta en las calles.
El ánimo de Maduro y la crisis de la oposición podrían sintetizarse en una frase que el presidente venezolano dijo el último martes tras reunirse con los cuatro gobernadores que juraron ante la ANC: “Mientras ellos andan en su zafarrancho, divisionismo y aguijoneándose con el odio, nosotros trabajemos. (…) A ganar otra vez”.