Por Damián Szvalb / @DamianSz
Frente a la nueva, y cada vez más violenta, escalada verbal entre Corea del Norte y Estados Unidos se vuelven a plantear dos posibles escenarios. El primero, que sostiene la mayoría de los analistas, es que estamos en presencia, si bien más agresivo, solo de otro capítulo más de esta batalla discursiva, pero que la posibilidad de que se llegue a concretar alguna de las muchas amenazas cruzadas es baja. El otro es que esta vez se ha pasado un límite y que a la incontinencia verbal de los líderes hay que sumarles hechos concretos. Por lo tanto, la posibilidad de que este conflicto entre en una fase peor podría estar más cerca de lo que muchos imaginan. Quienes sostienen una u otra posición se basan, paradójicamente, en un mismo argumento: las características de los líderes que protagonizan esta historia.
Los que ven todavía lejos la posibilidad de un enfrentamiento bélico entre las partes sostienen su argumento justamente en las limitaciones, de muy diferentes características, que Donald Trump y Kim Jong-un tienen. Por el lado del estadounidense está claro a qué se refieren: más que a ninguna otra cosa, al entramado institucional y político estadounidense, que no lo dejará actuar irresponsablemente. Antes que Trump se disponga a involucrar a Estados unidos en un enfrentamiento de impredecible alcance, se pondrá rápidamente en marcha el operativo de control de daños.
En esta oportunidad, el operativo lo encabezan el Secretario de Estado, Rex Tillerson, y algunos republicanos notables. Primero se despegaron ellos de las amenazas y bravuconadas de su presidente y luego intentaron despegar a Estados Unidos. Buscaron demostrar que Trump tiene límites y no puede hacer lo que quiera. El mensaje es para que los estadounidenses y el resto del mundo puedan dormir tranquilos.
Trump tiene además limitaciones externas a la hora de tomar una decisión tan importante. Frente a cualquier incursión militar estadounidense, Corea del Norte no dudará en golpear primero Seúl y posiblemente Japón. Por más poder que tenga, Trump deberá consensuar con ellos cualquier movimiento. No le será fácil convencerlos de que se expongan a semejante riesgo.
La estrategia Trump obedecería más que ninguna otra cosa, a demostrar hacia adentro de su país su musculatura de líder fuerte que pone otra vez a Estados Unidos a manejar la agenda global. Después de la “tibieza” de Obama, nada ni nadie desafiará al poder de Estados Unidos. Ni Jong-un ni Putin.
Por parte del norcoreano, con sus amenazas de golpear a Estados Unidos y a sus aliados sin importar las consecuencias, busca disuadir a Estados Unidos de considerar la opción militar. Es la única forma que tiene para mantener el stau quo. Jong-un busca cada día subir el precio a cualquier intento de terminar con su régimen. Es lo que haría cualquier líder que cuente con capacidad nuclear para mantenerse en el poder.
Quienes sostienen que la posibilidad de la guerra está más latente que nunca también creen que tanto Trump como Jong-un no están en condiciones de administrar una crisis tan sensible que, dicho sea de paso, ellos mismos exacerbaron. Y que la situación ha escalado tanto que hasta se animan a compararla con la crisis de los misiles en plena guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Aquella vez terminó bien pero el problema es que hoy lo deben resolver Trump y Jong-un. No es un dato menor. Ninguno de ellos está en condiciones de controlar las consecuencias que pueden generarse a partir de su conducta. Y cada vez es menor la posibilidad de que alguien les pueda poner algún límite. Ninguna estrategia liderada por estos líderes puede ser exitosa.
Los partidarios de esta tesis suman un dato más relevante que se debe agregar a este duelo de amenazas: Corea del Norte está más fuerte que ayer y estaría en condiciones de cumplir su amenaza de golpear a Guam, donde Estados Unidos tiene las bases militares estadounidenses, con sus misiles balísticos. Según expertos, el Ejército norcoreano lanzaría cohetes que podrían recorrer los de 3.400 kilómetros hasta la isla de Guam.
Hay otro dato más sensible aún: el régimen norcoreano habría conseguido miniaturizar ojivas nucleares para equiparlas en sus misiles. Si bien muchos dudan de la capacidad de Pyongyang de llevar con eficiencia una operación tan delicada que requiere mucho más que tener el material para hacerlo, hay coincidencia que Corea del Norte sigue avanzando en su desarrollo militar sin pausa.
Más allá de saber cuáles de los dos escenarios prevalecerá en el corto plazo, esta nueva crisis entre Estados Unidos y Corea del Norte sigue erosionando la posibilidad de que las partes se sienten a negociar. La comunidad internacional sigue de cerca, casi impotente, como en buena parte de los actuales conflictos mundiales, la guerra dialéctica entre Trump y Kim Jong-un. El reciente y unánime consenso sobre un nuevo paquete de sanciones a Corea del Norte aprobado en el marco del Consejo de Seguridad de la ONU refuerza una estrategia que ya viene usándose con Kim Jong-un, pero que claramente no logró disuadirlo de seguir trabajando en su desarrollo nuclear. En este contexto, China y Rusia asoman con un protagonismo preponderante y relegan a la Unión Europea a un rol de mero espectador. Si es que alguien puede llegar a influir sobre Kim Jong-un, Putin y Xi Jinping tienen las mayores chances.
El tiempo dirá si el permanente cruce de declaraciones y amenazas entre Trump y Kim Jong-un es simplemente una estrategia de validación interna, ante su gente, o bien la antesala de lo que sin dudas sería un conflicto bélico de un alcance tan impredecible como sus mentores.